“Inapetencia golosa”

 Churrasco inspirado en el cuento «La cena» de Clarice Lispector

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

En el cuento “La cena”, Clarice Lispector nos invita al banquete ostentoso de un viejo enorme quien comienza degustando un pan con mantequilla mientras sus ojos y puños permanecen cerrados.

 

Pronto, cuando el filete de carne está frente a él, sus gestos son los de un cazador rabioso que se manifiestan en la saliva que salpica, los labios que se restriegan, la lengua que cruje.

 

Engulle agotado cada trozo de carne, pero no hay disfrute. No porque el filete sea insípido, es tal vez un exquisito rodizzio, sazonado con hierbas secas y asado a las brasas. La carne no tiene dientes ni piernas, pero parece estar viva porque aquel debe hacer un movimiento con la cabeza para coger el trozo en el aire.

 

Entre ese acto frenético del viejo hay un camarero demasiado cordial que según los gestos de aquel aparece con bandejas repletas. Susurra palabras amables, recoge el tenedor, agradece, trae vino, lo sirve con cortesía, espera la respuesta, regresa con el postre. En todo momento se le ve dócil pese a la actitud déspota de quien come.

 

Si el comensal a quien atiende se llama Plutón como el Dios del inframundo, ¿Podría este camarero ser el mensajero del Olimpo? O quizás, ¿Un condenado resignado a su destino? Este comensal quien muestra todo su poderío en el anillo que luce en un dedo es un devorador de criaturas ¿O un especulador financiero? Al camarero no lo devora, pero lo ha anulado.

 

En una mesa de al lado, el relato nos proyecta a una mujer delgada y fina. Ella también come, lo hace con gozo mientras ríe ante lo que observa y sonríe ante lo que descubre ¿Qué le ha develado aquel viejo? Ella es en realidad una mujer o ¿Todos nosotros? Quizás, ¿un Dios que siente complacencia ante el tributo ofrendado? O es, ¿El reflejo banal del comportamiento del viejo? Tal vez sus ojos oscuros y brillantes ¿Son fuego e infierno?, ¿Vacío o quebranto del alma?

 

El momento es narrado por una voz despavorida en ese restaurante que tambalea entre el estruendo y las luces centellantes. Nunca se sabe quién es ni cómo es, sí cómo se siente: con miedo, asombrado y a la vez asqueado, con náusea. Concluye diciéndonos:

“Por fin se quitó los anteojos, castañeteó los dientes, se enjugó los ojos haciendo muecas inútiles y penosas. Pasó la mano por los cabellos blancos alisándolos con fuerza. Se levantó asegurándose al borde de la mesa con las manos vigorosas. Y he aquí que, después de liberado de un apoyo, él parecía más débil, aunque todavía era enorme y todavía capaz de apuñalar a cualquiera de nosotros. Sin que yo pudiera hacer nada, se puso el sombrero acariciando la corbata en el espejo. Cruzó el ángulo luminoso del salón, desapareció.

Pero yo todavía soy un hombre.

Cuando me traicionaron o me asesinaron, cuando alguien se fue para siempre, cuando perdí lo mejor que me quedaba, o cuando supe que iba a morir. -Yo no como. No soy todavía esa potencia, esta construcción, esta ruina. Empujo el plato, rechazo la carne y su sangre.

 

¿Qué nos quiso decir Lispector? La cena es uno de esos cuentos que debe ser leído lento como queriendo encontrar el sentido de cada acto.

 

Esta receta ofrece un churrasco al estilo brasileño. Lo obvio, porque el filete es el símbolo de lo que es devorado. Lo misterioso y real porque significa lo que es auténtico en la escritura de Lispector, es decir, extraña para provocar las interioridades del alma en un lenguaje que parece dispuesto desde carnazas.

 

Receta

Tiempo de preparación: 40 minutos

Tiempo de cocción: 15 minutos

Porciones: 1

 

Ingredientes:

Un filete de churrasco grueso.

Una cucharadita de hierbas secas: tomillo, orégano, romero, albahaca, estragón, laurel.

Una cucharadita de pimentón dulce.

Media cucharadita de pimienta negra, ojalá recién molida.

Media cucharadita de comino molido.

Medio diente de ajo picado.

Mantequilla para untar.

Sal.

 

 

Preparación:

Foto: Diana Peña

Cortar la carne en trozos gruesos retirando pedazos sobrantes.

Untarla con mantequilla.

Preparar el a

dobo mezclando todos los demás ingredientes.

Rebosar la carne con el adobo. Reservar hasta el momento de cocinarla.

Asar a la parrilla o en brasas, sellando cada uno de sus lados para conservar sus jugos.

Servir el corte al momento.

 

 

 

 

 

[1] Comunicadora Social, especialista en Comunicación Organizacional, Magister en Ciencia Política. Interés en escribir sobre la comida como elemento narrativo en la literatura y como arte simbólico de la memoria social.

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@la_libreria_patisserie

 

 

 

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