Una alternativa literaria
Por Karol Loaiza[1]
La Francia del siglo XIX atravesó diversos cambios políticos luego de la revolución francesa ocurrida en el siglo anterior. Esto abrió paso a posiciones más liberales dentro de todo el territorio, que llevaron a cuestionar el manejo gubernamental y ocasionaron nuevas sublevaciones que buscaban una reforma monárquica. A pesar de esto, la cultura francesa y el orden social establecido era conservadora, a la luz del dominio que la iglesia católica ha mantenido en todo el continente europeo desde la cristianización con los dogmas religiosos que se forjaron en la edad media. Ya que aún no era común la constitución de los estados laicos en países que se regían bajo una monarquía con una religión oficial. Sumado a esto, los pensamientos revolucionarios traídos por la ilustración solo acogían al hombre, y aunque Olympe de Gouges en el siglo XVIII había presentado una versión parafraseada de los derechos universales del hombre, pero direccionados hacia la mujer, los cambios en busca de la emancipación femenina en el país no eran notables. Las mujeres aún sufrían el sometimiento por parte del sistema falócrata, y su participación en el andamiaje de estas sociedades era secundario.
El campo de las artes no era diferente porque no se contemplaba la incorporación de la mujer en la academia y alguna tendencia a participar en dichos espacios resultaba infravalorada. Así, mientras se erguía el romanticismo en Francia, que resaltaba la fragilidad femenina y la superioridad masculina, entra entonces la estrategia de asumir la androginia o, por defecto, la masculinización como una alternativa literaria para las mujeres escritoras. De esta manera, es factible demostrar en “Cartas de un viajero. Extractos” (1998) escrita por George Sand, en una traducción de Anita Gómez de Cárdenas, el anulamiento de cualquier rasgo de feminidad por parte de la autora para someterse a un proceso de masculinización escritural.
En este orden de ideas, esta obra epistolar se acoge a esta masculinización recordando que al hombre le correspondían las estancias públicas y a la mujer las privadas. Por esto solo las escrituras ordinarias, como el diario o el género epistolar, eran vistas como algo socialmente aceptable, pues por su mismo carácter íntimo existía el sesgo de no ser publicadas. Sin embargo, esto cambia cuando el autor de dicha obra es un hombre. Así, Aurore Dupin, en su nombre original, publicó un número de nueve cartas entre los años 1834 y 1836 en “Revue des Deux Mondes” haciendo uso del seudónimo de George Sand. Esto como primera estrategia de masculinización para gozar de los privilegios del sexo feo que el contexto social y cultural le tenían dispuestos. En concordancia con esto, Ana Caballé (2014) en conferencia del ciclo “George Sand: su vida, su obra, su tiempo” afirma que la mujer para encaminarse a ser genio debe primero perder su sexo. Por esto, la utilización de los seudónimos funge como un mecanismo para tener el reconocimiento que como mujeres que escriben no tendrán dentro de la esfera pública si se conciben en el seno de las letras como tal.
Bajo una autorrepresentación masculina y numerosos tropos en la narrativa, Dupin plantea entonces una mirada crítica no solo a la Francia de ese tiempo, sino a la iglesia católica. Esto con un gran desenvolvimiento y sin perder la belleza en el lenguaje por el cual el romanticismo se caracteriza:
Pero, dime, ¿cuántos Cristos crees tú que nacen en un siglo? ¿No te asustan y te indignan como a mí ese número exorbitante de redentores y de legisladores que pretenden acceder al trono del mundo moral? En lugar de buscar un guía y de escuchar ávidamente a aquéllos cuyas palabras son inspiradas, la especie humana en pleno se precipita hacia el púlpito o la tribuna. (1998, Pág. 69)
Con ello transgrede los preceptos sociales en el canon falócrata de la literatura y la hipocresía de las esferas religiosas. Causa de esto es la configuración patriarcal en la que se encuentra monopolizada la literatura:
Es como si las féminas, atadas a condicionamientos naturales inalienables, a las funciones corpóreas y a la especie por su papel como reproductoras, no tuviesen más aptitud que la de engendrar vida material con sus vientres y no ideas o invenciones literarias propias con sus cerebros. (Gutiérrez, 2017, Pág. 22)
Este paradigma bien puede corresponder con mitos griegos como el de Pigmalión o el del nacimiento de Afrodita. Y en los cristianos, como el Génesis, en el que el hombre se posiciona como sujeto creador y la mujer como objeto creado. Es esto lo que veda al sexo bello a desplegarse en las artes, puesto que las representan como seres pasivos, llamándolas musas o cortesanas. Y por supuesto, son los culpables de que en la cultura se hayan extendido refranes populares como “Mujer que sabe latín ni tiene marido, ni tiene buen fin”. Por lo que:
La mujer, siglo tras siglo, ha visto cómo se le ha impedido el ingreso al olimpo de las letras, a la ciencia, al arte, al conocimiento; en suma, a la historia, hasta el punto de que nuestro lenguaje cotidiano, impregnado de connotaciones culturales, revela aún hoy la privación de ésta de cualquier virtud germinativa. (Gutiérrez, 2017, Pág. 21)
Claramente, la salvación a esta encrucijada en el siglo XIX fue la pseudonimia masculina. Lo que condiciona también a Dupin valerse de estrategias gramaticales y ficcionales en las cartas de forma verosímil para borrar su “huella femenina”. Configurada en la omisión de adjetivos en femenino desde primera persona, para mejor ser usados en masculino. De los cuales se sirve para manifestar el yugo al que son sometidas las mujeres bajo enfermedades sociales como el machismo y el “peligro” que se le adjudica a la mujer cuando se atreve a desafiar dicho sistema:
Y porque escribiendo cuentos para ganarme el pan que me rehusaban me acordé que había sido desgraciado, porque me atreví a escribir que había seres desgraciados en el matrimonio, a causa de la debilidad que se le ordena a la mujer, a causa de la brutalidad que se le permite al marido, a causa de las bajezas que la sociedad cubre con un velo y protege con el abrigo del abuso, me declararon inmoral, me trataron como si fuera el enemigo del género humano! (1998, Pág. 79)
Porque si bien a lo largo de la historia a la literatura se le ha adjudicado un sexo biológico, este ha sido el masculino. La cimentación de esta arte en el androcentrismo ha fomentado la misógina que promulga que el ser femenino por su misma pasividad carece de alguna capacidad que le permita conceptualizar pensamientos abstractos. De hecho, tan solo la forma de la pluma denota la forma fálica del sexo al que se le está atribuida la capacidad ontológica de crear. Sin embargo, la autora lucha contra estos preceptos y expresa sus críticas de manera cruda en sus cartas, permitiendo ver el uso de la pseudonimia masculina y su personificación no como un acto para denotar modestia frente al sexo opuesto por sus capacidades discursivas, más bien para demostrar que ella también es un ser apto para exponer con vehemencia los juicios correspondientes a su época y a su condición de mujer:
¡Ah! Si al menos pudiera educar a mis hijos en estas ideas, halagarme a mí mismo con la esperanza de que estos seres, formados de mi sangre, no serán animales que caminen bajo el yugo, ni peleles que obedecen todos los dictámenes de los prejuicios y las convenciones, sino criaturas inteligentes, generosas, indomables en su altivez, abnegadas en sus afectos hasta el martirio. (1998, Pág. 40)
La ficcionalización a raíz de esa pseudonimia masculina donde ella guarda su verdadera identidad también coincide en la libertad de decidir qué narrar y que no. Claro está qué datos íntimos de la vida omitir que pueden prestarse para ser descubierta. Debido a que Sand fue una mujer que disfrutó de su vida amorosa con numerosos amantes que hacían parte de la academia francesa, entre estos compositores como Frédéric Chopin, estas acciones tan mal vistas por las gentes de su tiempo fueron la razón de la baja reputación que se le atribuía a la autora, puesto que, el divorcio y las relaciones extramatrimoniales eran percibidas como faltas cometidas dentro del pecado del adulterio y la fornicación. Así, la ilegitimidad que pueden tener las cartas con la verdadera vida de Sand se construye bajo una estrategia ficcional para llenar los vacíos que la depuración de datos no favorecedores deja en la trama:
Volví a casa a medianoche y encontré a Pierre y a Beppa cantando en la galería; fue Giulio quien decoró la antesala con ese título pomposo, colgando de las paredes cuatro paisajes pintados al óleo, en los que el cielo es verde, el agua rojiza, los árboles azules, y la tierra color de rosa. (1998, Pág. 21 – 22)
De este modo, lo explica Cárdenas, traductora de la obra epistolar, en una de sus notas de página, Pierre se trata de un médico llamado Pietro Pagello con quien ella tuvo un romance en uno de sus viajes a Italia luego de que su amorío con Alfred de Musset se deteriorara. Así como Giulio y Beppa serían los hermanos de su amante, el doctor.
No obstante, la masculinización en Sand no fue del todo escritural, puesto que ella también adoptó los roles y la vestimenta del sexo opuesto. En otras palabras, la tendencia travesti. Esto bien puede entenderse como una acción para reafirmar su deseo de demostrarse una igual ante los hombres, derrumbando las líneas dicotómicas de género y la heteronormatividad que se imponía en la época. E inclusive la homonormatividad que, aunque para la época no era debatidas por el conservatismo, convergían en la cultura. Mismos arquetipos que le adjudicaron a Sand un posible lesbianismo a razón de su expresión de género varonil. No obstante, ella se adelantó a su tiempo al desafiar estos paradigmas sexistas que solo hasta el siglo XX se vendrían a plantear dentro del feminismo filosófico con Simone de Beauvoir y su célebre cita “No se nace mujer: se llega a serlo”. Todo esto se orquestó para alentar la separación del género y el sexo biológico, así como del reconocimiento de la expresión de género. Así, Sand construyó el discurso de una literatura andrógina, despojada de preceptos sexistas y misóginos.
Para concluir, la diacronía que han atravesado todos los fenómenos sociales dentro de la cultura dispone de la mujer y su labor como algo secundario. Por esto, las mujeres han encontrado formas para contestar a estos sistemas opresores. Ya que es sabido que la academia ha sido homogénea y falócrata durante mucho, más en el contexto francés, Aurore Dupin o George Sand no cede a estos paradigmas. Y el proceso de su masculinización en la pseudonimia como de la personificación no será un sometimiento, sino una manera de camuflarse, de hacerle la trampa al orden patriarcal. Así resignifica la idea de que lo que escriben otras mujeres no solo importa a las mujeres por su carácter privado, sino que puede ser reconocido como algo célebre.
Es este traslado que efectúa la autora desde lo íntimo a lo público también el desplazamiento de una literatura de lo androcéntrico, encaminado meramente a la visión masculina como sujeto crítico a lo andrógino, que se versa dentro de un espacio neutral donde no se impone ningún binarismo de género. A pesar de esto, aún quedan muchos vacíos epistémicos y puntos de cuestión alrededor del fenómeno de la masculinización en la escritora. Como del reto que significa preguntarse si aún hoy, en pleno siglo XXI, en el que ya se le ha reconocido como la mujer que estuvo detrás de unos de los movimientos franceses de literatura más prolíficos como lo es el romanticismo, es correcto usar su nombre legítimo en lugar del artístico al mentar sus obras. Al igual que contemplar un cambio de su seudónimo por su nombre propio como una acción simbólica en función de saldar la deuda histórica respecto a las mujeres en el arte de las letras del siglo XIX o vedar por su preservación.
Referencias
Fundación Juan March. (8 de abril de 2014). George Sand: la vida que eligió vivir | Anna Caballé. You Tube. https://youtu.be/C983M60XdYg?si=ut1roxKgUZXJ_SYi
Gutiérrez, I. (2017). George Sand y el seudónimo masculino. La androginia literaria. Editorial Académica Española
Sand, G. (1998). Cartas de un viajero. Extractos (Trad. A. Cárdenas). [Lettres d’un voyageur]. Editorial Norma
[1] Karol Loaiza (Colombia, 2004) Es poeta y estudiante de Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle. Interesada en las líneas de investigación interseccionales dentro de los espacios literarios y la cuestión feminista y heteronormativa en el canon. Sus poemas que convergen dentro de la misma temática han sido publicados en revistas latinoamericanas como Kametsa y Revista Montaje.