Por Abel Martín España Sánchez+
En este breve texto me propongo reflexionar sobre dos prácticas filosóficas que han adquirido reconocimiento en los últimos años para el caso mexicano en cuanto formas de acercar la filosofía a la sociedad en general: el café filosófico y el taller filosófico.
Considero oportuno señalar que un café filosófico implica una discusión filosófica al momento de escapar a “la conversación que «asocia» ideas y comienza a articularlas en relación a una cuestión y entre ellas para estructurar un desarrollo. Es decir, cuando la discusión se convierte en un trabajo –individual y común– sobre las opiniones particulares y las representaciones colectivas” (Tozzi, 2011:4); mientras que un taller filosófico implica producción, entendiendo por producir:
(…) el proceso de confrontarse a una materia para conseguir un resultado. Sólo que la materia de la actividad filosófica [es] el pensamiento individual, tanto oral como escrito. Cada participante debe confrontarse, en primer lugar, con sus propias representaciones del mundo, posteriormente con las de los demás y, por último, con la idea de unidad o coherencia. De esta confrontación surgirán nuevas representaciones de tipo conceptual o analógico que los participantes deberán articular, subrayar, comprender, trabajar y retrabajar (Brenifier, 2011:102).[1]
Sin duda, es agradable cambiar de actividad, cambiar uno mismo para con el entorno, y esto mismo es lo que conlleva la realización tanto de un café filosófico como de un taller filosófico, pues ambos son “una respuesta a la necesidad imperante en las sociedades occidentales de acercarse a la filosofía, ya que ésta, históricamente, fue un área de conocimiento que se mantuvo alejada de los problemas de la realidad concreta del individuo” (Hernández Torres y López Calderón, 2022:68).
Sin embargo, la promoción de un café filosófico y las temáticas de un taller filosófico tienen su diferencia. El café filosófico tiene su carácter innovador en una postura que apuesta a la apertura, “el romper los límites intelectuales y elitistas de las demás prácticas filosóficas, lo cual permite que cualquier persona (…) pueda acceder a esta práctica filosófica [que] viene a exorcizar la posibilidad de sentirte excluido en un café y excluido como un intelectual no académico, lo que genera un foro amplio, colorido y diverso” (Hernández Torres y López Calderón, 2022:68-69).[2] En contraste, un taller filosófico demanda conocimientos o, de menos, trabajo previo, toda vez que “tiene por objetivo el correcto desarrollo de distintos tipos de pensamiento, como son el complejo, el crítico, el sistemático y el diálogo amplio y colorido que da la discusión entre individuos con el fin de propiciar la generación de comunidades de indagación” (Hernández Torres y López Calderón, 2022:69).
Ahora bien, tanto en el café filosófico como en el taller filosófico estamos en una praxis que va de la doxa común hacia la constitución del sentido filosófico, al hecho de trabajar con “un sentido filosófico que pertenece al Otro, que se retomen elementos propios de ese otro, que se los problematice o se los expanda; por eso, (…) esto implica también una alternancia en la polaridad de los roles en el sentido de dar protagonismo y capacidad de dirección a ese otro” (Sumiacher D´Angelo, 2017:52).
Por ello, los roles de un animador en un café filosófico tienen su propia caracterización dentro de dicha práctica filosófica, pues siguiendo a Tozzi (2011), las funciones de quien introduzca brevemente una cuestión con una problematización de algún tema; cuestione una afirmación, una definición, la misma cuestión, presupuestos y consecuencias, e inclusive su formulación; conceptualice una noción; argumente racionalmente, defendiendo su punto de vista con principios y razones; analice un caso concreto y lo relacione con el tema tratado; reformule una intervención para construir filosóficamente su sentido; comente, a partir de la intervención de algún participante, la posición próxima o contrapuesta de cierto filósofo; o realice síntesis parciales o una recapitulación final; en todos los casos se puede distribuir entre diferentes participantes: el introductor, quien será responsable de introducir la cuestión; el moderador, responsable de distribuir la palabra; el sintetizador, quien hace las síntesis parciales y el resumen final; así como el reformulador, quien elabora nuevas preguntas a quienes asisten al café filosófico.
Por su parte, existe quien debe fungir como mediador y/o árbitro para la discusión de un tema en específico dentro de un taller filosófico, dado que:
Las reglas del taller filosófico son distintas a las del café filosófico; antes de iniciar hay que realizar una o varias lecturas de textos filosóficos para saber más del tema y desarrollar una idea clara y así hablar con mayor profundidad del tema desarrollado. Lo primero que se discutirá serán las dudas que le surjan al lector; estas preguntas no tienen un rumbo fijo o un sentido en el cual se deban responder; de hecho, en la mayoría de las ocasiones no se tendrá una respuesta a los planteamientos hechos por los usuarios del taller filosófico y hay que dejar en claro que el usuario del taller podría tener más dudas que al inicio del taller (Hernández Torres y López Calderón, 2022:69).
Afectar para que nos afectemos y entrar a una deliberación argumentativa dentro de temas específicos son aspectos compartidos tanto por el café filosófico como por el taller filosófico. “No hay que olvidar que el taller filosófico, al igual que el café filosófico, tiene la idea de romper barreras” (Hernández Torres y López Calderón, 2022:69). Es un romper barreras a partir de cuestiones y preguntas para iniciar precisamente el debate, aunque en el taller filosófico también se pretenda construir una comunidad de reflexión filosófica.
Por último, tanto el café filosófico como el taller filosófico implican un abordaje sobre la filosofía de la intersubjetividad, un cuestionarse y transformarse mutuamente entre los participantes. “La intersubjetividad en las prácticas filosóficas implica que los individuos que están allí se encuentren inmersos en un sentido común, es decir, que exista un sentido grupal o colectivo en el que estén participando” (Sumiacher D´Angelo, 2017:48), terminando con la toma de conciencia de un pensamiento crítico, sometiéndolo de nuevo al interrogarse a sí mismo como un constante ejercicio.
Referencias
Brenifier, O. (2011). Filosofar como Sócrates. Introducción a la práctica filosófica. Diálogo.
Hernández Torres, M.-V. M. y López Calderón, L. (2022). ¿Café o taller filosófico? Metodología, Instrumentación, Lógica, Estadística, Evidencias y Epistemología en Salud, 2(13), 68-71. Recuperado a partir de https://mileees.cucs.udg.mx/ojs/index.php/MILEEES/article/view/86
Sumiacher D´Angelo, D. (2017, julio-diciembre). ¿Qué es la práctica filosófica? Murmullos Filosóficos, 6(13), 43-54.
Tozzi, M. (2011). El café filosófico: ¿Cuál es la responsabilidad del filósofo? El Búho. Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía, Núm. 9. ISSN 1138-3569. www.elbuho.aafi.es
+ Egresado de la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Practicante profesional con fines de titulación en el Seminario Permanente de Consultoría Filosófica y Prácticas Filosóficas de la UACM. Correo institucional: abel.martin.espana.sanchez@alumnos.uacm.edu.mx
[1] Corchetes y paréntesis añadidos.
[2] Corchetes y paréntesis añadidos.