Por Marisabel Macías Guerrero
Hace un año iniciaba la escritura de una columna que me dejó trastocada y me valió cierto encierro. Desde entonces, el tiempo osciló entre las reflexiones sobre la violencia sexual vivida, reconocerme víctima para sanar y buscar vías para que esas experiencias dejaran de doler. Para esto último, uno de los caminos que suelo tomar es el “hedonismo”, darme tiempo para procurarme placeres, por ejemplo, escribir sobre nuestros deseos eróticos y gozos compartidos, o vivir “aventuras” a consciencia plena, como materia para la alquimia escritural. A eso me aferro. Por eso estoy aquí intentando mostrar el mapa de satisfacciones que me permiten seguir lidiando con la complejidad y las crisis (mundiales/existenciales).
Hace una semana irrumpió en mi rutina el deseo ardoroso por escribir sobre lo placentero de los vínculos, de la vida. Experimenté la cosquilla de un texto que quería salir. Un calorcito sabroso me recorría y luego en automático pensaba en algunas ideas para el ensayo. Después de sentir esa punzada mental y sonreír, de tomar notas y abrir ciertos libros, me descubrí un poco culpable de dedicarle dos o tres horas diarias a dicha tarea. Sí, me dejé seducir por el placer de escribir sobre los placeres del trato cariñoso, y eso me trajo algo de “culpa” por el tiempo que no dedicaba a mis trabajos.
Luego, me enfadé conmigo porque me descubrí apurándome, contándome el tiempo y a punto de ser raptada por el deber. Sí, me molesté y me rebelé, decidí cínicamente sentarme las horas necesarias para escribir sobre aquello que me aligera la carga existencial en el día a día, sobre los bálsamos que apaciguan la herida sistémica, sobre todo aquello que me pone a “vibrar”, que me permite conectar, crear intimidad y arte, que me provoca dejarme poseer por la escritura erótica.
¿De cuándo acá una no puede sentarse varias horas a escribir sobre lo que le plazca y le nazca?
Mi escritura soy yo.
Definitivamente el imperativo de solemnidad que nos llega, sí desde la consciencia, pero también de las Reglas del sentir[1] es el que nos indica que en tiempos tan mierdas como los que atravesamos, de suma violencia contra niñas y mujeres, una solo debe aprovechar los escaparates para mostrar el lado a transformar, la crítica rígida, la crisis como potencial creativo, la herida. Al menos parece lo correcto para quienes llevamos nuestro activismo también desde la escritura. Y, sí, me parece necesario y urgente, así como parte del territorio de la erótica en la política; pero, nuestra erótica y su implicación política también se significa desde las experiencias de éxtasis sensual, de placer sexual, de gozos intelectuales, de delicias carnales y regodeos en la fruición.
¿Cómo desde la escritura delineamos las intersecciones complejas entre la violencia sexual y el placer como proceso creativo amplio y neurálgico en la dimensión erótica de cada una y la colectiva? ¿Cómo ejercemos otro poder desde la propia subjetividad hacia nosotras misma, en nuestra escritura?
Tenemos que elegir que historias contar, entonces ¿cómo seleccionamos lo que se visibiliza en la propia escritura, de lo íntimo y personal, pero también de lo colectivo?
¿Cómo danzamos entre la denuncia, la reflexión, la representación y el goce creativo?
A veces creo que seguimos creyendo el mito de que si es análisis feminista, no puede ser desde el gozo y sobre lo placentero en nuestras facetas como amigas, parejas y amantes; menos si nos vivimos desde la heterosexualidad o bisexualidad. Lo cierto es que no podemos guardar en el cajón de lo “privado” esas experiencias sexuales y eróticas, porque estaríamos silenciándonos, privándonos de la reflexión colectiva en los grupos de autoconsciencia, del placer que nos regala el hablar entre nosotras sobre esos aspectos de la vida, en los que muchas veces se vive violencia, pero también en los que otras tantas, estimula la potencia creativa. Si nos callamos, caeríamos en la trampa patriarcal de no cuestionar ni sublimar a través de la palabra nuestra erótica, sexualidad y capacidad reproductiva, sus discursos y prácticas.
A partir de qué y cómo me disciplino respecto a algo que me apasiona, como sentarme a escribir y revivir, recrear y ficcionar momentos placenteros propios y ajenos, la excitación de analizar lo pensado, lo realizado, de la vida propia pues.
Mucho hablamos de erotizar el buen trato, así en colectividad, pero cuándo nos damos tiempo para compartir sobre dichas prácticas y los hallazgos posteriores. Mucho hablamos de redefinir el poder, pero poco nos detenemos a escribir y conversar profundamente sobre las formas en las que nos vinculamos con el mundo, con las otras personas, con nosotras mismas y nuestras pasiones vitales; sobre reconocernos como parte de algo mayor y siempre en interconexión con otras. Pocas veces hablamos sobre cómo somos amigas, parejas, amantes, vínculo. Sobre la duración de los encuentros y los compromisos inherentes. Mucho hablamos de reivindicar la ternura y la empatía, pero en qué lugares nos guarecemos para contar nuestras propias historias sobre esos aspectos.
(No dilato las historias de placer, escribir esto ya es un regocijo para mí).
- Como muchas mujeres de mi entorno, pasé años vinculando ciertas emociones y sentires con el sexo. Me explico: si una persona me atraía intelectualmente, si me asombraba algún aspecto de su historia, si coincidíamos en ideas y proyectos, teníamos ciertas afinidades y además me parecía bella, fuese cual fuese su sexo, directamente intentaba tener sexo con ella; directa y frontalmente la seducía y ponía en marcha cualquier estrategia/ propuesta de incitación (que según mi propia intuición y el juego sexual, era la adecuada) para que sí o sí, termináramos compartiendo orgasmos y conociéndonos desde la desnudez, física y de la palabra. Ahora reflexiono concienzudamente sobre aquellos días, sobre mis ideas y deseos, pero sin juzgarme. Además, siento rico de recordar ciertas anécdotas, aprovecho para sacudirme ciertas culpas, y me gusta seguir aprendiendo de mi viaje. Me sonrío.
Disfruto sentir el doble filo de descubrir el engranaje del sistema, inhalar su complejidad. Ver los ensambles del contexto, los que me constituyen, pero también las fantasías y sus gratificaciones sensuales, los aprendizajes y el placer de saber.
- Reflexionar es un deleite a solas y también en pareja; más cuando se aborda algún tema plácido. Hace días en una conversación con sobre cómo desafiábamos en lo individual y como compañeros la introyección del pensamiento monógamo, entre varias cuestiones le decía que ahora sé que puedo sentir todo eso tan intenso, esa conexión, no solo con posibles amantes sexuales, también puede ser así con amistades. Fue placentero compartirle que eso me pasa con S. Es una mujer que admiro y respeto, que me parece brillante y bella, con quien disfruto estar de múltiples formas, que me provoca cuidarla y que me cuide, que me gusta que me consienta o me dé regalos, y viceversa. Es una mujer en quien confío, a quien procuro y me gusta que me procure, con quien mantengo mucha comunicación. A quien le puedo decir cuando me siento celosa de sus otras amistades, y hablar de ello con toda honestidad. Es alguien con quien me gusta crear, con quien comparto muchos gozos y carcajadas. Con quien comparto dolores y frustraciones, con quien puedo ser quien soy o compartirle la angustia de no reconocerme.
En otro momento para mí el paso directo sería desear sexualmente a S., pero no es así, quizás en algún momento –como me sigue pasando al principio de cada crush de amistades- pude pensar en cómo se sentiría besarla, pero nada más allá de una curiosidad gustosa. Ahora, que sigo en este eterno proceso de concienciación feminista sobre la erótica, el amor romántico y el pensamiento monógamo, entiendo que no necesito involucrar el sexo en esa relación con S. u otras amistades. Y, además, abiertamente puedo decir que tengo un vínculo profundo con ella, que claro que me gusta abrazarla, acariciarla y que, si en algún momento el sexo se desea, tampoco está mal o cambia el estatus de la relación a “novias”. Y que hoy para nada es la búsqueda. Nuestra relación es erótica tal cual es.
Tengo vínculos con mis amigas, tan profundos como los que tengo con mi pareja o con mi familia, y con un par de amigos también; y los he tenido con algunos/as “amantes”.
- La búsqueda de otras formas de ejercer el poder en las relaciones erótico-afectivas y sexuales es un placer en sí mismo. La indagación en lo discursivo y las experiencias, en lo existencial. Claro, no significa que siempre podamos encontrar correspondencia, de hecho, al vincularnos con varones nos arriesgamos a poca comprensión y muchas violencias, pero se trata de buscar buenas compañías de juegos, no caer en el chantaje de la parejocracia, del amor romántico y, sobre todo, de seguir escribiendo sobre eso que deseamos, cómo lo deseamos, por qué, desde dónde, etc. Y cómo reconocemos y libramos mucho de lo que nos carcome.
- Me encanta estar con alguien y poner atención a las primeras declaraciones tácitas de intenciones, donde las dos o más personas demostramos interés a través de las palabras, gestos, movimientos, sonidos, etc.
Disfrutar del terreno común –tiempo y espacio- que se prepara para crear una intimidad gradual (¿puede ser de otra forma?) con un ritmo propio, con códigos propios, recién creados y no solamente introyectados sin sentido. Me pone contenta y otras veces caliente sentir la atención plena, en nuestras corporalidades, en nuestras respiraciones y aromas.
A esos encuentros amistosos-amorosos y/o sexuales se llega desde la autonomía y la libertad, desde el deseo reconocido, con la voluntad y el propósito de estar en compañía de la otra persona, de acompañarse mutuamente y reconocerse en un territorio siempre inexplorado y propicio para explorarse (inexplorado pues, aunque seamos las mismas personas y tengamos una dinámica propia en la relación y compartamos rituales, nunca es el mismo tiempo, ni el mismo humor, espacio, momento, etc., es un terreno conformado por dos seres en devenir, que paradójicamente tejen y viven familiaridad, intimidad, trocitos de eternidad).
En esos encuentros se crea-dibuja a manera de collage una fórmula única, en ese ser coexistir en un espacio off-line u on-line. No siempre para el placer y el gozo, eso lo tenemos claro, puede ser una experiencia erótica donde se acompañe el dolor de la otra, donde se busque mitigar el propio dolor desde la ternura y empatía de la otra persona. Sin embargo, recuerden que en este momento sí que deseo enfocarme en esas situaciones donde los hilos que comienzan a ser madeja son fibras de placer y deseo (¿absoluto?).
- Qué encanto habitar con toda la que eres, junto a tus amigas, un espacio donde todas conversan sobre sus manías, abiertamente y sin temor a ser juzgadas. Donde una prepara café y otra acerca galletas, para después declararse malestares y/o gozos. Donde fumamos yerba, nos compartimos gustos y aprendemos unas de otras. Donde nos descalzamos y nos damos masajes unas a otras. Amo el compromiso de placer puro cuando A. o me dicen, “Ven, te voy a masajear”, y yo puedo jadear abiertamente. Amo escuchar respirar hondo a M. por el masaje que le da A. Me gusta notar que el masaje que le doy en la mano a M. le provoca satisfacción. Me gusta aprender de ellas y con ellas. Me gusta decir lo que siento, con la convicción de que hay confianza y amor para aclarar cualquier posible interpretación equívoca.
- Me encanta también divagar por las redes y coincidir en ciertos puntos sobre la memoria y el tiempo con un cuasi extraño. Que un tema lleve a otro, y que más allá del entorno virtual, la cuerpa sienta la ligera electricidad de la excitación que provoca la reciprocidad, el tiempo dedicado, la atención y el deseo de ser deseada siendo satisfecho. Me gusta el transcurrir de los días y las casualidades, las citas no pactadas, las charlas que derivan en fantasías recién inventadas. Que los temas puedan pasar de la fundación de una nueva ciudad, la imaginación entrelazada para crear palabras, hasta su sed por todos mis fluidos, por ejemplo. Me gustan los tejidos de palabras y tópicos que lindan entre lo intelectual y lo sexual, entre humedecer los sentidos, la luna y los papeles. Me excita explicar el camino a mis orgasmos, ser leída e invitada a conocer la creación de quien está detrás de esa otra pantalla.
Me palpita el centro cuando leo frases como “quiero comer de tu sexo”, “quiero medir con la mirada el ángulo que forma tu espalda cuando se arquea en el éxtasis de un orgasmo”, “qué placer leerte” o “quiero conocer más de tus proyectos y compartirte algo sobre los míos”. Me provoca el intelecto que me recomiende poesía, películas o buena música.
- Qué atractivas las personas que te brindan de su tiempo, que se comparten, se interesan por tu forma de observar la vida, por cómo andas, asumes y te sitúas en el mundo. Aquellas que se demoran en abrir un diálogo en todo sentido, en ritmos distintos. Qué vivificantes quienes se toman un momento para estimular en conjunto la imaginación, para jugar y reflexionar sobre “la novedad” y cómo evitar ser extensión del capitalismo neoliberal dejándonos de ver como objetos desechables. Quienes también se excitan con la tarea colaborativa de responder cómo se erotiza el buen trato. Quienes de manera frontal te preguntan: ¿qué te gusta? ¿cómo te gusta? ¿qué lees? ¿qué escribes?, ¿en este instante, por qué te interesa que nos tratemos? ¿qué deseo te despierto? ¿qué placer compartimos hoy?…
Sigamos escribiendo sobre el placer, me encantaría leerlas.
[1]“Arlie Hochschild destacaba, en 1975, que todos los sistemas políticos y sus instituciones se caracterizan por una serie de normas o reglas estructurales de disciplina social, jurídica y económica, pero también por una serie de reglas del sentir necesarias para consolidar el mismo sistema… Las reglas del sentir nos indican qué emoción es apropiada para cada situación, cómo expresarla, cuándo, hacía quién y con qué intensidad.” Gravante, Tommaso (2020). Emociones y reglas del sentir como impactos culturales de los movimientos sociales, INTER DISCIPLINA, Volumen 8, número 22, 157-179.
Gran texto