Claudia Alejandra Colosio García (Caborca, México, 1991) es Doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de San Luis. Es beneficiaria en la categoría de Creadores con Trayectoria del Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico del Instituto Sonorense de Cultura en la especialidad de Artículo de Arte. Formó parte del Taller de escritura creativa “Los signos en rotación” de la Caravana Cultural Interfaz (2015) y de la primera generación del Diplomado Virtual de Creación Literaria del Instituto Nacional de Bellas Artes (2020). Obtuvo el tercer lugar en el Concurso Internacional de Ensayos “Miradas de Iberoamérica” del Programa Iber-Rutas de la Secretaría General Iberoamericana (2020) y cuenta con narrativa, poesía y ensayo publicados en Círculo de Poesía, Irradiación, Hipérbole Frontera, Panorama. Revista de la Universidad Autónoma de Baja California Sur y Redoma. Ha publicado artículos académicos dedicados al estudio de literatura mexicana del siglo XIX en revistas y libros especializados en México y España.
Desde que me importas
Se acabaron los cumplidos sinceros,
los cariños francos en la letra
y los rescoldos cristalinos en los rincones.
Mis dedos derriten el papel con reproches entintados,
callo lo malinterpretable.
Piso temerosa las entrelíneas del rechazo.
Desinflamo las caricias.
Disminuyo su calor con bolsas de hielo a mis espaldas.
Me reduzco a polvo de flor sobre carbón quemado.
Leña sin hoguera.
Raíz sobre piedra.
Sangre en la banqueta.
Tinta en agua.
Desde que me importas envidio catedrales y huyo de confesionarios.
En cambio, viviría en el plató donde nos contamos las vidas que quisimos.
Amo la penumbra en carretera,
la misma que bajo los faros te imprime en sombras.
Busco un reloj enraizante a un horario compartido,
a un aliento común que articule nuestros versos.
Desde que me importas escupo pesadillas en un cesto.
Todas ocurren el día en que despiertas y me olvidas,
como el sueño que soy
de tu obsesiva
itinerancia.
Viajeros
Mi piel recuerda tu mordida de sol:
el descubrimiento del horizonte
al final de una cordillera de lunares.
Me regalaste dos atardeceres
y doscientas estrellas fugaces,
partidas en besos durante cuarenta y ocho horas.
Dos jornadas extrajiste el lenguaje de mi cuerpo
para distribuirlo por tus dientes,
desde el gotero de mis labios.
En pago recibí la medicina,
antibiótico de la libertad.
Cesó el crujir de rodilla,
conectada al electrodo fugaz y perfecto
de tu cintura.
Con el sol amanecí abrazada,
quemé la lengua en el beso de tu materia evaporable
hasta la salida.
Cuarenta y ocho horas de estrellas
negaste la contundencia de las manos temblorosas
(calientes y enamoradas)
que todo lo abrazan,
todo lo abarcan,
todo lo resguardan
en gránulos entre mis poros.
En el rostro llagado aparece tu huida,
sin horario ni coordenadas del reencuentro,
sólo rasguños en la lápida ardiente
de mi piel.
Hija pétrea
Una hija anduvo el sendero inmóvil
de la gema molida con martillo de diamante.
Pulida pasó los años,
apilada pasó en la espera.
Se fascinó por la dureza
la primera mano en palparla,
exigió su suavidad
a punta de bruñido en besos.
Cual vestigio
de pasados imperiales,
alivió en vitrinas de museo
ojos cazadores de belleza.
En carretadas se fueron uno a uno
los cristales de sus vértices que,
una vez rota,
guardaba para el excavador primigenio.
Él, el origen,
vendió el cabujón de su tierra
al precio de kilos de arena,
cimientos de otros hogares.
Verbalizar la primera ausencia
vació fuego sobre ámbar
mas, para el fósil corrupto,
el resultado no fue bálsamo,
sino veneno.
Mujer de mineral enriquecido
arribó en esqueletos de las joyas de su tiempo:
corona, guitarra o pistola,
y sangró de cuello en cuello.