Por Aníbal Fernando Bonilla[1]
En las circunstancias atípicas en que hubo de transitar el orbe desde los primeros meses del 2020, en donde la pandemia del coronavirus modificó —posiblemente para un largo tiempo— los hábitos de interrelación, de lo individual a lo colectivo, surgieron inquietudes, dilemas y hasta cuestionamientos ante tan complejo entramado infeccioso, poniéndose a prueba la capacidad sanitaria a nivel planetario.
A partir del registro del primer caso en China (Wuhan), cuya advertencia y explicación fue dada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), este mal epidémico reformuló el designio cotidiano del hombre. En un giro de ciento ochenta grados, los gobiernos implementaron estrictos protocolos de bioseguridad para la disminución en lo posible del impacto de mortalidad humana.
Sin duda, tal situación ha conllevado un diagnóstico de la vorágine del modus vivendi en que las personas nos hemos venido desenvolviendo en esta descarnada competencia acumulativa de bienes suntuarios contra reloj, siendo directos propagadores de una carrera depredadora de los recursos naturales. En tanto, buena parte de la población subyace sobre la canasta básica alimenticia, la escasez salarial y la pobreza. Ya lo advirtió Eduardo Galeano:
El mundo, convertido en mercado y mercancía, está perdiendo quince millones de hectáreas de bosques cada año. De ellas, seis millones se convierten en desiertos. La naturaleza, humillada, ha sido puesta al servicio de la acumulación de capital. Se envenena la tierra, el agua y el aire para que el dinero genere más dinero sin que caiga la tasa de ganancia. Eficiente es quien más gana en menos tiempo. La lluvia ácida de los gases industriales asesina los bosques y los lagos del Norte del mundo, mientras los desechos tóxicos envenenan los ríos y los mares, y al Sur la agroindustria de exportación avanza arrasando árboles y gente. Al Norte y al Sur, al Este y al Oeste, el hombre serrucha, con delirante entusiasmo, la rama donde está sentado. Del bosque al desierto: modernización, devastación.
En tal panorámica desoladora andábamos ya desde hace décadas atrás, en una rivalidad entre potencias, competencia entre naciones e individualismo mezquino, en donde el ciudadano(a) se ha ido confundiendo/insertando con la acepción de cliente/consumidor. Esto provoca una apática reacción entre sujetos diversos, replicando una actitud conducente a la prevalencia del yo egoísta frente a la posibilidad de una construcción conjunta en donde la fraterna mirada de las otredades tenga la multiplicidad de espejos que reflejen la vasta realidad socio-cultural del conglomerado.
Los liderazgos gubernamentales —desde donde debería emerger la política pública acorde con las demandas populares— han sido eclipsados por el engendro burocrático, las fauces de la corrupción y la trivialidad del instante, en la desnaturalizada percepción de dar respuestas virtuales en el entretejido de los mass media, y con mayor impacto en las redes sociales con soporte tecnológico. Las relaciones humanas se someten al escrutinio de la plataforma ficcional, en donde el efecto fotográfico a través del filtro óptico es más importante que los contenidos. No se discuten ideas o valoran sentimientos, sino la vacuidad de las formas en la inmediatez de los días fugaces.
En ese sentido, Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, afirma lo siguiente:
La adquisición obsesiva de productos manufacturados, que mantengan activa y creciente la fabricación de mercancías, produce el fenómeno de la «reificación» o «cosificación» del individuo, entregado al consumo sistemático de objetos, muchas veces inútiles o superfluos, que las modas y la publicidad le van imponiendo, vaciando su vida interior de inquietudes sociales, espirituales o simplemente humanas, aislándolo y destruyendo su conciencia de los otros, de su clase y de sí mismo.
Aquella incertidumbre que ronda en el ser y que encarna las viejas interrogantes ligadas al devenir cuyo anhelo de prosperidad es una potencial praxis común, persiste entre la carencia económica, reducción laboral, limitación de la salud pública (entre otros factores, por los recurrentes recortes presupuestarios estatales), en donde las garras del latrocinio supuran las vértebras de una desacreditada —y a ratos débil e incompetente— institucionalidad.
Para el pensador Nuccio Ordine:
Los políticos matan la cultura porque desprecian la cultura, pero también porque le tienen miedo. Lo desprecian porque nuestra élite política es cada vez más ignorante, más inculta. Y por otra parte tienen miedo porque prefieren tener delante un público de personas que no estén capacitados para pensar con su propia cabeza y, por tanto, sean manipulables por los medios de masas, la televisión, las campañas electorales, toda una dimensión de engaños y mentiras que las personas reciben sin ser conscientes.
Nada más ilustrador de lo que ocurre en esta contemporaneidad de anhelos y contrastes, de sueños y desconsuelos, como dicotomía posmoderna.
Según el testimonio de Ernesto Sábato: “El mundo cruje y amenaza con derrumbarse, ese mundo que para mayor ironía es el resultado de la voluntad del hombre, de su prometeico intento de dominación”. Ante lo cual, este escritor argentino reivindicó en la gesta creativa la posibilidad liberadora: “Y en un tiempo de crisis total, sólo el arte puede expresar la angustia y la desesperación del hombre, ya que, a diferencia de todas las demás actividades del pensamiento, es la única que capta la totalidad de su espíritu (…) La creación es esa parte del sentido que hemos conquistado en tensión con la inmensidad del caos”.
Con lo dicho ¿para qué se aferra el prójimo al aire que respira, cuando el sufrimiento es una constante lapidaria que trastoca los sentires? ¿Qué significado tiene el arte en sus diferentes aristas, cuando de por medio impera un sistema materialista que va en desmedro de las interioridades del alma? ¿Es posible que el lenguaje lírico sea un puente de sanación entre el padecimiento físico y el ansia de subsistencia? ¿Para qué sirve la cultura en plena angustia personal?
Para eso mismo, para plantearnos y replantearnos la ruta en el aprieto y la desolación, para trazar alternativas en las que prevalezca la dignidad de la mujer y del hombre a través de la pintura, el teatro, la música, la literatura, la danza, el cine. Para salir indemne de la noche y superar el desasosiego, que sería lo mismo que decir que sirve para convocar a los demiurgos en un ritual redentor que viabilice el sendero deseado.
Por tanto, no se puede soslayar la derivación del fenómeno cultural en época de pandemia y posterior a la crisis sanitaria, en donde toda pragmática cotidiana se torna en fuente primigenia de expresión artística, aún a costa de la inevitable paradoja: vida-muerte. La sensación de encierro derivó en renovadas búsquedas de asimilación de la soledad, pero también, de la trascendencia —menoscabada por el ritmo depredador de los modos de producción del capital— respecto de la compañía familiar, en aquel eslabón que configura la sociedad tan a tono con el bullicio y el divertimento. El filósofo Slavoj Žižek cree que la epidemia en expansión es una alerta ante el capitalismo y un mensaje de cambio al nivel de vida dentro del mismo.
Para quienes hemos sido escépticos de la prospectiva del género de ciencia ficción, nos ha sorprendido que producciones audiovisuales no tan recientes hayan profetizado catástrofes y desastres en detrimento del globo terráqueo o virus letales causantes del impresionante deceso masivo de personas. Códigos intertextuales que nos aporta la cinematografía.
La poética como fuente sanadora
Es tan profunda la repercusión literaria en la dinámica societal que basta recordar los meses de aislamiento obligatorio para comparar, a usanza de la ficción kafkiana, que aquel protagonista de la obra cumbre La metamorfosis, Gregorio Samsa, estuvo merodeando nuestras habitaciones —reacio a dar la cara al exterior, ensimismado debajo del sofá— ante realidades dramáticas que pusieron a prueba nuestra aciaga condición vulnerable de seres terrenales, con la contingencia de que el hombre se convierta en un personaje monstruoso respecto de sus propios designios. Como subraya José Saramago en Ensayo sobre la ceguera: “Si no somos capaces de vivir enteramente como personas, hagamos lo posible para no vivir enteramente como animales”. Debido a lo cual, cunde la esperanza de maneras lúdicas e inspiradoras que devuelvan recursos atávicos para asumir la convivencia humana, en donde los elementos axiológicos superen la banalidad diaria. Y alcancemos la salvación en base a la búsqueda incesante de la ética y de la estética.
¿Qué nos dejó el COVID-19? Llanto. Soledumbre. Tragedia. Desgarro social. Aprieto financiero. Repercusión emocional y psicológica. ¿Qué nos queda de lección ante esta enfermedad contagiosa y letal? La relevancia de la vida en su amplia dimensión, en concordancia con el equilibrio del hábitat y el ecosistema. Y el hálito de posibles vientos expectantes en donde las personas —más allá de la nacionalidad, condición étnica, de género, generacional, etaria, delimitación de fronteras— protagonicen de manera inteligente, tolerante y creativa la reconstrucción sistémica de un mundo más humano, asumiendo la solidaridad no sólo como un enunciado sino como la puesta en marcha con inspiración, fuerza y entusiasmo de esquemas asequibles que superen o al menos aminoren la actual debacle desatada en sus distintos órdenes.
Miguel Velayos, versifica:
“Contra el tiempo que mata, la poesía,
contra la humillación, contra el frío tenaz
que nos cubre de escombros, contra la sordidez,
[…] contra la terquedad que llena de ponzoña el pensamiento,
contra el tiempo que mata,
contra el miedo que mata,
contra el mundo que mata,
de nuevo, la poesía”.
Referencia bibliográfica.
Galeano, Eduardo. (1997). Ser como ellos y otros artículos. Tercer mundo editores. Cuarta reimpresión.
Kafka, Franz. (1994). La metamorfosis. Libresa. Décima reimpresión.
Peirano, Marta. (2013, diciembre, 13). Nuccio Ordine: «Los políticos matan la cultura porque desprecian la cultura, pero también porque le tienen miedo». elDiario.es. Recuperado: https://www.eldiario.es/cultura/libros/entrevista-nuccio-ordine-conocimiento-resistencia_1_5113648.html
Sabato, Ernesto. (2007). Antes del fin. Seix Barral. Segunda edición.
Sabato, Ernesto. (2014). La resistencia. Seix Barral. Segunda impresión.
Saramago, José. (2003). Ensayo sobre la ceguera. Editorial Sol 90.
Vargas Llosa, Mario. (2012). La civilización del espectáculo. Alfaguara.
Varios. (2020). Sopa de Wuhan. Editorial: ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio). Versión digital.
Velayos, Miguel. (2013). Política sesions. Ediciones Vitruvio.
[1] Aníbal Fernando Bonilla (Otavalo, Ecuador, 1976). Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana, y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR). Licenciado en Comunicación Social. Ha publicado, entre otros, los poemarios Gozo de madrugada (2014), Tránsito y fulgor del barro (2018), Íntimos fragmentos (2019), y la recopilación de artículos de opinión en Tesitura inacabada (2022). Finalista del Premio Nacional de Poesía Paralelo Cero 2018, y del III Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros 2023. Columnista de diario El Telégrafo entre 2010 y 2016. Actualmente es articulista de El Mercurio, de Cuenca, y colaborador en varias revistas digitales. Ha participado en eventos de carácter literario, cultural y político en España, Nicaragua, Argentina, Uruguay, Cuba, Bolivia y Colombia, como el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca (2012), el XIII Encuentro Internacional “Poetas y Narradores De las Dos Orillas” en Punta del Este (2014), el VI Encuentro de Jóvenes Escritores de Iberoamérica y el Caribe en La Habana (2016), el III Encuentro Internacional de Poesía en la Ciudad de los Anillos en Santa Cruz de la Sierra (2016), o el XI Festival Iberoamericano de Poesía en Fusagasugá (2023).