Identidades en guerra

Una propuesta de estudio de los machismos cotidianos interiorizados en la identidad

 

Por Kelly Bocanegra Martínez[1]

 

“Prepara el desayuno”, dijo mi hermano; estaba sentado en la barra de la cocina, mientras yo preparaba mi propio desayuno antes de impartir mis clases virtuales. “Haz tu propio desayuno”, le respondí molesta. Ambos trabajábamos por la mañana, así que lo justo era que cada uno hiciera su desayuno o que lo preparáramos entre los dos.  Fue un suceso tan banal, sin embargo, al cabo de un rato empecé a sentir culpa y a cuestionar la forma en que le respondí, quizás exageré y pude haberle preparado el desayuno. Pensaba en lo grosera que había sido; en que, tal vez, lo había hecho sentir mal. Él siempre había sido atento conmigo, así que yo debí, simplemente, preparar su desayuno, nada me costaba.

Me sentí en conflicto conmigo misma por una situación tan simple que seguramente él ni siquiera recuerda. Entré en un proceso de negociación: por un lado, estaba la Kelly que creció con la idea de que, por ser mujer, tenía el deber de servir a mi hermano, la actual figura de autoridad masculina en la casa; por el otro, estaba la Kelly con conocimientos sobre temas de género y feminismos, consciente de que esa demanda sobre el desayuno no era arbitraria, sino una imposición que no podía simplemente aceptar. Me preguntaba: ¿le hago el desayuno aun conociendo el complejo simbólico que esa demanda significa y donde los roles de género juegan un papel crucial? ¿O sostengo mi postura de negación para evitar que esas prácticas de imposición y dominación se sigan reproduciendo?

Situaciones cotidianas como esa son las que me permitieron establecer y desarrollar el proyecto de investigación en curso. Lo que me faltaba era establecer aquello que hacía falta por nombrar: ¿qué era eso que entraba en conflicto cuando se presentaban situaciones como ésta? Mi propuesta es la identidad. Específicamente, hablo de la identidad de las mujeres, a quienes se nos ha impuesto roles y características a seguir que definen nuestro actuar, pensar y vivir en sociedad. Es verdad que tanto hombres como mujeres padecemos este problema, vernos en la obligación de seguir con estándares construidos socialmente y que definen y diferencian lo masculino y lo femenino, el rol que tenemos en la sociedad y las cosas que podemos y debemos hacer.

Estas conductas y diferencias se encuentran normalizadas e incluso nosotras mismas las terminamos perpetuando y reproduciendo. Pero ¿qué sucede cuando tienes la intuición de que algo no está bien?, ¿qué pasa cuando comienzas a tener conocimientos sobre temas de género y empiezas a cuestionar y cuestionarte esas injusticias y cómo las vives día a día? La conciencia de género empieza a desarrollarse en un contexto donde los roles, estándares, expectativas y violencias están normalizadas. Las mujeres empezamos a ser conscientes de que la forma tradicional en la que hemos sido criadas no es la justa y nos cuestionamos todo aquello que hemos aprendido, pero en ese proceso se cruzan muchas dificultades. Una de ellas es el desaprender lo aprendido e intentar darle paso a lo nuevo que vamos conociendo, sin embargo, no es tarea fácil.  Nos encontramos en situaciones complicadas donde nuestra “educación tradicional” sobre cómo ser mujer entra en lucha con la libertad de ser y el deseo de liberarnos de las cadenas que constriñen lo que podemos ser y hacer.

Nos encontramos en constante conflicto con pequeñas situaciones que pareciera que pasan desapercibidas, pero que marcan de forma significativa nuestro ser. Estas situaciones se vuelven aún más difíciles de reconocer cuando están normalizadas en el contexto en que nos desarrollamos, convirtiéndose en una manifestación de violencia simbólica. La violencia simbólica significa la expresión inmediata de conductas, acciones, valores que transgreden y tienen como principal víctima a las mujeres.

Para hacer un breve paréntesis y explicar esta última idea, ciertamente las mujeres somos quienes padecemos principalmente la violencia simbólica, pero esta también afecta a los hombres pues refiere a conductas, acciones, valores y expectativas que también son impuestas a ellos. Ejemplos como ser el proveedor del hogar, mostrarse “fuerte” física y emocionalmente ante situaciones de conflicto o incluso evitar la manifestación de sus emociones porque es catalogado como signo de debilidad. Este último ejemplo tiene dos aspectos que refieren a la violencia simbólica: el primero, la limitación impuesta a los hombres de expresar sus sentimientos y emociones y la segunda, calificar esta acción como un acto de debilidad y feminidad, es decir, denota que esa acción solo la pueden realizar las mujeres e implica que si es realizado por un hombre, éste es débil por “comportarse” como una mujer.

Ahora bien, continuando con la descripción de lo que es la violencia simbólica, ésta es una forma de violencia “espiritual”, como la llama Bourdieu, que no tiene consecuencias visibles, como ocurre con la violencia física (hematomas, rasguños, lesiones observables), pero que afecta el bienestar de la mujer, quien es limitada y se limita a sí misma, debido a que esta clase de violencia está naturalizada en la sociedad. Ejemplo de esto puede ser la característica de que la mujer debe buscar a una pareja heterosexual que cuente con un mayor ingreso económico que ella, pues en la sociedad la figura del proveedor recae en los hombres.

La violencia implícita es que ella misma no se ve ni se siente con la capacidad de ser la proveedora, ni mucho menos con la posibilidad de contar con un poder económico mayor que su pareja, a quien en principio le corresponde ese rol. Así, la mujer se perfila en una posición de inferioridad frente a su pareja, porque “es lo que debe ser” ante los ojos de la sociedad. Expresiones de violencia simbólica se pueden observar en distintos ámbitos y de diversas maneras, para poder acotar el objeto de esta investigación me he de centrar en situaciones aún más específicas como son los micromachismos.

Los micromachismos o machismos cotidianos se encuentran naturalizados, los vivimos en el hogar principalmente, pero estos también se presentan en los centros de trabajo, los grupos de amigos, la escuela, la calle. En ocasiones, por mera intuición, nos damos cuenta de que vivimos esta clase de situaciones y entonces nos cuestionamos qué acciones o posturas tomar. Comparto la siguiente anécdota a manera de ejemplo: me gusta cocinar para mi pareja (pensando en una relación heterosexual y desde la experiencia personal), mientras que él, por el contrario, siente que no es capaz de realizar esa tarea, o al menos de forma adecuada, de modo que “deja” que yo lo haga.

Es ahí donde el conflicto se presenta: ¿debería seguir cocinándole porque lo considero un acto de amor?, ¿lo considero un acto de amor porque me han enseñado que cocinar es una forma prototípica en que una mujer demuestra su amor a un hombre?, ¿acaso sigo perpetuando los roles de género?, ¿debería negociar con él el acto de realizar la comida para los dos? En suma, ¿qué hacer ante situaciones como éstas? Este proceso de negociación identitaria es el que me interesa estudiar, porque no solo define nuestro comportamiento en el día a día, sino también, cómo nos asumimos frente a los demás a largo plazo. Para que esta identidad pueda ser desarrollada, se requiere de un proceso de construcción identitaria en el que nos definimos, distinguimos y diferenciamos de los demás.

La construcción identitaria es un proceso necesario en el desarrollo de la persona. Para que esta pueda convivir en sociedad, se necesitan de códigos culturales compartidos, aceptados colectivamente y que la persona interioriza haciéndolos parte de sí misma.  En este sentido, trazo una relación importante entre la violencia simbólica y la identidad; la primera, como algo que se reproduce de forma automática debido a su normalización y como contexto situacional para el desarrollo de la segunda. Si las mujeres crecemos en un ambiente donde la violencia simbólica está presente, es altamente probable que interioricemos discursos, conductas y acciones en nuestra identidad, pues es un elemento normal para nosotras.

Pero se complejiza aún más, como se planteó anteriormente: ¿qué pasa cuando empezamos a hacernos conscientes de estas conductas, discursos y acciones de violencia simbólica, y que nosotras al ser parte de ese sistema también las terminamos reproduciendo? ¿qué decisiones tomamos ante estas situaciones? ¿con qué conflictos interiores y exteriores tienen que lidiar las mujeres para negociar su posición ante esas manifestaciones de violencia simbólica? Son preguntas a las que buscaré dar respuesta a través de esta investigación, para lo cual me centraré en un grupo de mujeres académicas que hablen, reflexionen y tengan conocimiento sobre temas de género.

Como investigadoras académicas, los sujetos de mi investigación reconocen y nombran los problemas de violencia que viven las mujeres, pero esto no las exime de experimentarlos ellas mismas. Además de ser académicas, ellas también son hijas, hermanas, amigas, madres, esposas, jefas, compañeras, mujeres; su labor y conocimiento no solo se queda dentro de su centro de trabajo, sino que repercute también en las distintas esferas sociales en las que se mueven.

Por ejemplo, en una cena familiar, por demanda social, lo usual es que las mujeres sean quienes se ocupan de poner la mesa, servir la comida y estar al tanto de todo lo necesario en la cocina; mientras que los hombres son los que proveyeron económicamente para que la cena se lleve a cabo y esperan a que sea servida. Una mujer con conocimientos y conciencia de género reconoce las reglas de los roles de género que se presentan en esa situación, las mujeres como encargadas de las tareas del hogar y servidoras de los hombres, mientras que estos solo esperan a que ellas cumplan con sus tareas que, por “naturaleza”, les corresponde realizar.

Es claro que el objetivo de esa cena es la convivencia amena entre la familia, por lo que no se busca que haya un conflicto, pero ¿qué pasa si la mujer es consciente de la situación de desigualdad que está viviendo? Es claro que se presentan manifestaciones de violencia simbólica, pero ¿qué puede hacer? ¿Hace caso omiso a la situación y continúa con los roles de género reproduciendo así ese mecanismo de violencia? ¿o decide tomar acción y pronunciarse ante la desigualdad de que se está viviendo aun sabiendo que esto le puede traer conflicto a ella y al momento familiar que se está viviendo?

Y es que no solo se queda en tomar una decisión momentánea, sino que esto puede tener consecuencias más adelante al plantearse a sí misma diferentes cuestionamientos: ¿acaso debo permitir que esa situación se reproduzca aun cuando mi formación académica me permite comprender sus mecanismos implícitos de violencia de género? ¿Qué tanto me permito continuar con la educación tradicional con la que he crecido y qué tanto permito que los nuevos conocimientos intervengan en mi vida diaria, en las decisiones sobre quién soy y cómo debo actuar a partir de mis valores, conocimientos y discursos? ¿Qué tan acorde puedo y debo actuar respecto a las reflexiones de género que hago como mi labor de académica investigadora y los diversos roles que debo asumir día a día?

 

Un acercamiento a la investigación de las identidades en curso

Es a partir de esta descripción que delimito mi objeto de investigación a los conflictos en la construcción identitaria de mujeres en un contexto de violencia simbólica normalizada, observando el caso de los micromachismos vividos por académicas. Desde la mirada de la comunicación como mi área de conocimiento, reconozco la importancia del estudio de los procesos de construcción identitaria como un elemento que necesita de la comunicación social e interacción humana para que esta pueda ser desarrollada.

Para esta investigación, la comunicación se observa como un proceso para la producción, reproducción e intercambio de significados a través de símbolos culturales, siendo la identidad un producto de este proceso comunicativo. Específicamente, serán las decisiones que toman las mujeres académicas para definirse a sí mismas como profesionales con conciencia de género y las posibles dificultades que logran reconocer al darse cuenta de que sus conocimientos sobre género y violencias se presentan en sus roles diarios.

Dicho en otras palabras, me refiero a la negociación identitaria que conllevan estas situaciones de violencia simbólica y los micromachismos, a las posturas que las mujeres toman frente a discursos, actividades y momentos en su vida diaria donde reconocen que entran en una situación de conflicto entre su rol como investigadora con conciencia de género y situaciones como los ejemplos presentados en apartados anteriores, acontecimientos que pueden crear un conflicto interior y exterior en la identidad de las mujeres.

El problema de investigación que planteo es precisamente que estas situaciones de machismos cotidianos inciden en el proceso de construcción identitaria de las mujeres, posicionándolas en un conflicto identitario donde su formación tradicional entra en conflicto con sus nuevos conocimientos. Lo anterior detona un proceso de negociación identitaria para saber qué postura tomar ante las situaciones, es decir, si reproducir o no esas violencias que, de una forma u otra, están presentes, pues no basta con tener conciencia de género para hacer un cambio real.

Y este fenómeno, planteado desde el campo de la comunicación, supone un problema debido a que el factor comunicativo es un elemento esencial para que la construcción identitaria pueda mantenerse y manifestarse (Giménez, 1997). Lo que me lleva a la pregunta de investigación: ¿Cómo se construye la identidad de las mujeres en un contexto de violencia simbólica normalizada observado en el caso de los micromachismos vividos por académicas? Y, por consiguiente, el objetivo de investigación: Describir y analizar los procesos de construcción identitaria de las mujeres en un contexto de violencia simbólica normalizada observada en el caso de los micromachismos vividos por académicas.

Una primera respuesta a la pregunta de investigación es la hipótesis que planteo a continuación:

Las mujeres, al desarrollarse en un entorno violento, abstraen elementos de su contexto que pasan a ser parte de quienes son, sus formas de ver e interpretar el mundo, es decir, parte de su identidad. Esta identidad con matices de violencia se expresa a partir de comportamientos, discursos y prácticas que se han objetivado.  Una de las formas de expresión de la violencia simbólica son los micromachismos que se viven día a día. Las mujeres los viven y, en ocasiones, los reproducen, debido a esa misma normalización y reproducción que se encuentra en el contexto.

Las mujeres académicas que se encuentran trabajando y reflexionando en temas para visibilizar problemáticas como la violencia hacia la mujer en sus diversas manifestaciones han nombrado lo que se vive día a día. Sin embargo, en casos como el mundo de lo simbólico que se encuentra muy arraigado al funcionamiento de la sociedad, específicamente en las instituciones educativas como reproductoras de esta violencia, junto con los códigos culturales, limitan posibles cambios desde la raíz, es decir, desde la propia identidad.

Lo anterior provoca que, aun reconociendo esos comportamientos desde la reflexión teórica, las mujeres se encuentren en situaciones de apuro por la complejidad de luchar contra marcos culturales, estructurales y funcionales más grandes de lo que pueden nombrar y reconocer desde la academia.  Lo que lleva a situaciones de conflictos identitarios entre el complejo de conocimientos “tradicionales” con los que han crecido y los nuevos conocimientos que han desarrollado a partir de su reflexión académica. Estos conflictos en la identidad generan que las mujeres académicas lleven a cabo un proceso de negociación, es decir, tomar decisiones sobre cómo actuar ante situaciones de machismos cotidianos.

Esta primera propuesta de respuesta a la pregunta de investigación me da un acercamiento a lo que será la metodología, la cual se encuentra en construcción.  Lo que reitero y considero relevante (además de ser el foco de atención de mi investigación) es el estudio de las identidades como un elemento importante que toda mujer con conciencia de género se llega a cuestionar en algún momento. Sin duda, el hecho de reflexionar y tener conocimiento sobre algo no significa que se llevará a la práctica al momento de desarrollarnos en los demás ámbitos de nuestra vida, pues la carga de lo aprendido antes de ese conocimiento desarrollado es un fantasma que nos persigue y del cual no es tan sencillo deshacerse.

 

 

 

[1] Kelly Bocanegra Martínez, originaria de Macuspana, Tabasco. Licenciada en Comunicación social por la Universidad Autónoma de Yucatán. Diplomado en Docencia universitaria por la Universidad Nacional Autónoma de México, FES Zaragoza. Actualmente estudiante de la Maestría en Comunicación en la Universidad de Guadalajara.

 

 

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