Por Franco García
El desplome comercial del petróleo ha sido una de las mayores controversias en los últimos años. Y su volatilidad, sin duda alguna, depende de conflictos bélicos, crisis financieras, pandemias, etc. Desde la crisis financiera de 2008, el mercado del crudo ha vivido ciertas convulsiones, llevando a las actividades empresariales, principalmente de producción energética, a enfrentar momentos de incertidumbre por los desajustes del recurso fósil por parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Así pues, con la aparición de las llamadas tecnologías verdes surge un nuevo paradigma energético como fuente alternativa para hacer frente al problema comercial del petróleo. En suma, el sistema de producción capitalista concibe paradigmas tecnológicos de acuerdo con sus necesidades de inversión para producir más con menos.
Evidentemente, las empresas energéticas en los países desarrollados y emergentes están preocupadas por el desplome comercial del combustible fósil y sus costos de producción son cada vez más elevados, por lo que tratan de modificar sus modos de producción energética. Considerando que el precio del oro negro en momentos de crisis económicas o sanitarias suele ser volátil y el sector automotriz también se ve mermado en sus ganancias, la justificación de la introducción de los biocombustibles es que ayudan a reducir el impacto del medio ambiente, ya que son energías renovables, limpias y de bajo costo.
Si bien es cierto que el petróleo es el combustible principal para automóviles, aviones, calefacción, etc., algunos especialistas afirman que los biocombustibles —el etanol, el biodiesel— son el principio de la transformación del mercado energético. Desde luego que el sector energético contempla el riesgo de sus acciones y apuesta tanto por el riesgo ambiental como económico. El argumento de la «bondad de los biocombustibles” es que no contribuyen a las emisiones de dióxido de carbono (CO2). Es decir, el uso de la energía demuestra que ésta sigue siendo indispensable para el desarrollo y crecimiento económicos ad infinitum.
En ese sentido, este nuevo paradigma tecnoeconómico consiste en reorganizar y redefinir a los ecosistemas para proveer de nueva cuenta servicios naturales al sector energético. El auge de los biocombustibles tiene su explicación en la necesidad urgente que tienen los países desarrollados de modificar su matriz energética basada en combustibles fósiles. De esta forma, empresas petroleras (Exxon Mobil, PDVSA, CNPC, etc.) y automotrices (Ford, BMW, Honda, Chevrolet, Toyota, KIA, etc.) han llevado acuerdos comerciales para modificar sus producciones. Recordemos que ambos sectores son los que más influyen en el cambio de los paradigmas energéticos ante un desplome del petróleo.
Por ende, las empresas automotrices han decidido modificar la estructura interna de sus automóviles para la utilización de los biocombustibles, con el fin de no tener pérdidas y menor participación en el mercado. Esto es un ejemplo de que el desarrollo sustentable no impide el comercio energético, por el contrario, lo amplía. Ante esto, cabe recordar que algunas universidades y tecnológicos se ven en la necesidad de modificar sus planes de estudio para solucionar cuanto antes las crisis energéticas y medioambientales. He aquí donde juega un papel importante el Modelo de la Triple Hélice (Estado-universidad-empresa).
Las empresas automotrices atraen a los mejores ingenieros automotrices o bioquímicos, biotecnólogos, con becas y programas de intercambio académico, para innovar en la producción y mantenerse con vida en momentos de crisis. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) promueve a los países en desarrollo que lleven a cabo reformas institucionales para abrir sus mercados a la competencia y, así, faciliten la inversión en infraestructura energética, principalmente en la electricidad. En suma, para capacitarlos en vender y exportar tecnologías verdes.
Se ha discutido que esta relación entre Estado-universidad-empresa en países menos desarrollados en muchas ocasiones suele ser un fracaso, dado que su desarrollo industrial es precario y lento, incluso ni existen apoyos económicos a la Investigación y Desarrollo (I&D). Estos países siempre apuestan por las innovaciones, consideran los derechos de propiedad intelectual, pero los resultados son negativos y los condena a la dependencia con los países desarrollados.
Ahora bien, el cambio climático y el desplome del petróleo son parte de una crisis civilizatoria moderna, que finalmente implica una marcada destrucción del medio ambiente y un desorden comercial. Los objetivos establecidos en los “compromisos amigables” (el protocolo de Kioto, los Acuerdos de Copenhague, de París, la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro) con el medio ambiente por parte del G20 se desviaron de rumbo y lo que gira a su alrededor es modificar los medios de producción. En este sentido, los planteamientos de las políticas neoliberales buscan redefinir un plan de estrategia energética que garantice el suministro suficiente de energía a futuro. A la par, la producción de la energía nuclear tiende a ser cada vez más aprobada por la Unión Europea, Estados Unidos, China, India, Japón, Corea del Sur, Canadá, Rusia. Aunque a veces la aceptación de lo nuclear es para fines bélicos.
Cierto, es limpia y disminuye el impacto ambiental. in embargo, es importante considerar el papel que juega la ciencia frente a la consciencia, ya que esto suele ser lo fangoso en los argumentos científicos para la implantación de las innovaciones, de perfeccionar la técnica, de jugar con el futuro humano y ambiental. Para muchos países desarrollados —como Estados Unidos, China, Rusia y Arabia Saudita— el impacto de una crisis petrolera es muy claro: disminución de ganancias y una guerra comercial energética. Además de que se lucha por concentrar o centralizar las últimas reservas de petróleo que quedan en el resto del mundo, principalmente en Medio Oriente. Por el lado del cambio climático, se irrumpe el bienestar social y económico de los países menos desarrollados, demostrando, una vez más, que la naturaleza es límite del capitalismo. En términos marxistas: al dueño de los medios de producción no le preocupa tanto el medio ambiente, sino la valorización de su producto, así como disminuir sus niveles de tasas de ganancia.
Así pues, detrás de estas crisis petrolera y ambiental se halla que los países menos desarrollados las solventen. Y sí, las tecnologías verdes resolverán dichas crisis a corto y mediano plazos, no obstante, generarán elevados costos, que posteriormente serán trasladados a países ricos en recursos naturales.