14. No esperaba verte más
Dorita Zárate (Banfield, Prov. De Bs. As., 1917)
Por Miguel García
Teodora María García, destacada cancionista folclórica argentina, que adoptó el nombre artístico de Dorita Zárate, cultivó un repertorio campero acompañada de guitarras. Desde muy joven dio muestras de un talento excepcional y a los 15 años ganó un concurso de canto. Una vez instalada en el ambiente de la radio, era de esperarse que, en algún momento, decidiera incursionar en el tango. Hizo trabajos con Juan Larenza, Ciriaco Ortiz, el pianista Rodolfo Biagi y, en el otoño de su carrera, con la orquesta de Enrique Rodríguez.
Como letrista, nos dejó una milonga titulada «Por ella», con música de Juan José Guichandut. Su obra más conocida es la milonga «Zorzal» (con música de ella misma) dedicada a Gardel, que alcanzó la posteridad al interpretarla Carlos Di Sarli con la voz de Roberto Rufino. Asimismo, escribió «No esperaba verte más», un tango de fina hechura, cuya música también le pertenece.
El investigador José Gobello comentó en alguno de sus numerosos estudios que la revolución de Pascual Contursi (el impulsor del tango canción) fue más trascendente que la de Julio De Caro en lo musical, pues la de éste se centró en lo formal y la del primero tuvo una profunda repercusión en la manera de pensar y sentir el tango.
A finales del siglo XIX e inicios del XX, las letras que algunos autores inspirados les adosaron a tangos que ya existían (así nació el proceso de creación de letras) eran más bien pícaras, jocosas, muchas de ellas lúbricas e incluso sicalípticas; sus temas (salvo algunas excepciones) se desarrollaban en torno a anécdotas de un personaje masculino que se jactaba de su valentía, su capacidad de conquistar mujeres e, incluso, vivir de ellas explotándolas. Todo era mostrar una imagen, una pantalla ante los demás.
Contursi, en la segunda década del siglo, comenzó a profundizar en el interior de sus personajes, sus ansiedades, sus tristezas. Con el tiempo, los temas se fueron complejizando, al grado de presentar inclusive tópicos filosóficos, psicológicos, sociológicos, etc.; la sensibilidad se refinó y los recursos retóricos alcanzaron un progreso insospechado para un género popular.
El tango de Dorita Zárate «No esperaba verte más» se enmarca en la llamada época de oro del tango, que abarcó la década de los 40. En ese entonces, surgió una cantidad importante de artistas enfilados en el género, tanto en la interpretación como en la creación, en el baile, etc. No sólo cantidad, sino calidad. La manera de escribir tangos estaba muy lejos de la antigua.
* * *
Sólo luz y espejo,
surgió tu imagen de un lamento
y, en el borroso pensamiento,
confundí tu voz y el viento,
lejos… lejos.
Sólo noche y pena,
perdí tu sombra en el camino
y, en el recodo mortecino,
triste, ciego y sin destino,
te busqué.
Sentida evocación
en la fiebre de mis venas,
y, atado a la visión,
me enredé entre mis cadenas.
Tu nombre floreció sobre la herida,
fue un duelo entre el olvido y la ansiedad.
Fue tu voz perdida,
fue mi soledad.
La primera estrofa de nuestro tango plantea una atmósfera incierta, una noche de angustia en la que cualquier estímulo del medio simula ser otra cosa. Quien nos habla se encuentra caminando a oscuras. De pronto, un destello hace que en un espejo aparezca la imagen de una persona (sin especificar de quién se trata: un hijo, uno de sus padres, un amor, un amigo). No está, fue un engaño del pensamiento. De tanto pensar, de tanto recordar, la percepción resulta engañosa. A lo lejos, de tanto darle vueltas al recuerdo de dicha persona ausente, le parece escuchar su voz, pero se trata del sonido de un viento lejano. Oscuridad, ruidos, incertidumbre de lo que se ve y se escucha: un escenario romántico.
Eso que parecía indicar la presencia del ausente se esfumó, «perdí tu sombra en el camino». O bien se refiere a lo que sucede en su caminar, o bien se trata de una expresión metafórica: en el camino de la vida, de pronto aquella persona se fue. No sabemos si sólo se alejó o si murió. Lo único que nos dice es que la buscó sin éxito ni remedio.
La segunda parte deja de contar lo sucedido y nos lleva a su interior, nos dice qué sintió y qué pensó al respecto: «Sentida evocación / en la fiebre de mis venas, / y, atado a la visión, / me enredé entre mis cadenas»; evocación, recuerdo que la invade, se siente invadida, se inquieta. A continuación, la parte más sobresaliente, la expresión más hermosa de este tango que lo resume todo: «Tu nombre floreció sobre la herida, / fue un duelo entre el olvido y la ansiedad», creyó haber olvidado y resultó que no; tensión entre el olvido —que se niega a llegar— y la ansiedad —que se agita como el polvo con el viento—.
Al final, con sencillez, confiesa que todo este revuelo interno se debe a dos elementos: «Fue tu voz perdida, / fue mi soledad». Todo lo que piensa, todo lo que siente es producto de sentirse sola y no poder ver, escuchar ni sentir a quien evoca. Por la mención inicial del espejo, una interpretación podría ser que la persona evocada sea ella misma.
Un solo registro ha quedado de este tango de Dorita Zárate, a cargo de la orquesta de Carlos Di Sarli y su cantor Jorge Durán en 1946.