9. Café sin después
Andrea Bollof (Buenos Aires, 1963)
Por Miguel García
El concepto de cantautor en el tango ha sido constantemente invisibilizado. Muchos han sido los cantores que interpretan su obra propia, pero no se identifican con tal denominación. Quizás porque a su labor en la interpretación, el componer y escribir sea considerado un plus. De cualquier modo, no encontramos mejor término para definir el rol artístico de Andrea Bollof.
Como varias de nuestras autoras actuales, ha participado en concursos de composición y de canto, siempre con menciones especiales y primeros lugares. En 2011, fue premiada como cantante femenina en el Festival Nacional de Junín 2011; ese mismo año, obtuvo el primer lugar en el Certamen Hugo Del Carril en la categoría Letras con su milonga «Hojas quemadas», con música de Marcelo Saraceni.
Esto es apenas una muestra de su destacado desempeño como artista. Su preparación incluye estudios en la Escuela Popular de Música del Sindicato Argentino de Músicos; completó el Seminario de Estilos Tangueros Argentino Galván, impartido por la Academia Nacional del Tango y, en la misma institución, el Curso de Letristas. Asistió también a talleres especializados con Ramón Maschio, Juan Trepiana y Patricia Barone, en la búsqueda de su propia voz y estilo al servicio de la canción y el tango.
En cuanto al canto, ha formado distintos duetos y conjuntos (Las Milonguitas con Mariana Díez al piano; Musas Orilleras con Sandra Antonuci en guitarra), como solista ha colaborado con músicos como Jorge Cordone, Víctor Simón, Patricio Villarejo, Cindy Harcha, Leandro Nikitoff, Iñaki González, etc. Ha realizado diversas presentaciones en importantes foros artísticos, como Café Vinilo y Pista Urbana, entre otros.
Su discografía comprende Timbos, El arte de añorar, Patrañas, Canciones por descubrir junto con una infinidad de colaboraciones en discos de otros artistas. Todo esto representa apenas una ínfima parte de su extensa labor como artista.
Como letrista y compositora, cuenta con una vasta obra de sensibilidad fresca y actual, con una elegancia que sobresale al atender la relación música-verso. Transita las emociones humanas y las desarrolla con saltos sutiles y guiños de fino humor en medio de los pasajes más trágicos. Se refiere constantemente a las despedidas desde una perspectiva femenina, desde el sufrimiento inevitable, aunque no desdeña la nostalgia propia del tango, los objetos que guardan historia, la cotidianidad fantástica, el barrio con sus personajes. Con un manejo intachable de recursos retóricos, su obra hace una panorámica emocional contemporánea.
Entre sus numerosos títulos, uno encuentra un par que dialoga de cerca con la tradición, confronta y juega con el tema del café como encuentro y desencuentro, como desafío y correlato ante un título que se volvió un clásico del tango, «El último café» de Cátulo Castillo; nuestra autora despliega una rebeldía sentimental en «El próximo café» y «Café sin después». Este último es el que exploraremos con atención.
* * *
Te aseguro un buen olvido a tu medida,
una fuga tan discreta como vos,
la elegancia de un final en exclusiva
y una sombra indescifrable en cada adiós.
No te inquietes si esto pasa inadvertido:
vos querías que te olvide cada vez,
que naciera en el instante de encontrarte,
que inventemos cada noche quién es quién.
¿Dónde hay aire para un alma sin respiro?
¿Quién me enseña cómo amar sin padecer?
Si a la sombra de un te quiero
se desata un entrevero
y no hay Cristo que lo pueda contener.
De olvidarme me olvidé qué es el olvido
y te juro que hoy me parte en dos pensar
que en el rojo de otra pieza
va desnuda tu flaqueza
deshojando alguna nueva soledad.
En la noche se agiganta cada angustia,
me enloquece tanta historia que no fue.
Hoy tu olvido está de fiesta en otros brazos
y es un páramo mi mesa en el café.
Te confirmo aquel olvido que pedías,
un recuerdo borroneado en cada adiós,
la constancia del amor que nos perdimos
y una sombra indescifrable, como vos.
Entre la obra letrística de Andrea Bollof, fue sumamente difícil elegir un solo título, dada la calidad sobresaliente en cada uno de ellos. Decíamos que «Café sin después» podría ser considerado en una saga de dos obras, al lado de «El próximo café». La despedida y el desgarramiento que se expresan son internos, mientras el exterior permanece incólume ante la cotidianidad.
«El próximo café» lleva implícita una esperanza en el título, no es la rúbrica final de Cátulo Castillo, no es impiedad, ni un morir de pie, vanidad ni el comprender que se trata del último encuentro; por el contrario, se trata del cierre del luto por la pérdida de un amor, el estreno de una libertad que había estado clausurada por el sufrimiento, con la complicidad del entorno ruidoso del local en el que el sobrecito de azúcar trae escrita la leyenda «Si un amor termina aquí, otro germina» y un mesero que festeja un gol justo cuando ella está a punto de pedir otro cortado, la distracción del mundo que ignora lo que sucede en el interior de cada ser. Pero esa esperanza, que nos salva o nos hunde, según se vea, se mantiene ahí. Ese punto final no lo es del todo: «No sé si alguien habita tus abrazos, / lo ignoro, me da igual y, por si acaso, / te espero, para el próximo café». Un verso de Pino Solanas nos sirve como paráfrasis de este pasaje: «y si no me engaño, yo me vuelvo loco».
En cambio, «Café sin después» restringe aquella esperanza, sella el capítulo negándole el después, pero ya no finge, ya no busca engañarse; es más una entrega resignada al final, una desnudez del alma, que muestra lo que siente sin esconder nada; un dolor que permanece y se acepta, un trazo de las cenizas que quedaron del incendio.
El amor que él le ofrecía era un secreto, acaso negado a los ojos del mundo, pero intenso y renovado al cerrar la puerta. En la primera estrofa, la mujer hace una promesa: un buen olvido, a la medida del hombre que amó, un ojo por ojo; si él fue discreto y elegante, así debe ser su olvido, sin estridencias, sin dramas, quizás incomprensible: «una sombra indescifrable en cada adiós».
Por esto, es natural que nadie se entere, ni siquiera él: «No te inquiete si esto pasa inadvertido», el olvido prometido debe ser proporcional y análogo al amor, igualdad de condiciones, dar y recibir en la misma medida. Ese amor fue nuevo cada vez, la concreción de la teoría filosófica de que nada existe sino el presente, sin que importe ningún otro tiempo. Pudiera ser un correlato, una respuesta al bolero de Vicente Garrido, que en cada encuentro le pide a su amada callar todo, anular todo: «No me platiques más, / déjame imaginar / que no existe el pasado / y que nacimos / el mismo instante / en que nos conocimos». Andrea Bollof lo lleva mucho más allá, reduce el presente al momento de llegar a la cita y se cierra con la despedida: «vos querías que te olvide cada vez, / que naciera en el instante de encontrarte, / que inventemos cada noche quién es quién». Si así fue la unión, así debe ser la separación.
Ella está dispuesta a alejarse. El estribillo es una confesión, un desgarramiento, una serie de cuestionamientos sin respuesta, una oración que raya en confirmación de la fe perdida: «¿Dónde hay aire para un alma sin respiro? / ¿Quién me enseña cómo amar sin padecer?»; le falta el aire al alma, lanza un grito desesperado, una pregunta que pareciera ingenua pero que va cargada de una densidad existencial, ¿se puede amar sin padecer?, parece imposible en su situación. Luego, lanza la declaración transgresora, la que imposibilita el poder supremo y lo reduce a la impotencia; su pena, su debilidad, su incapacidad para resistirse es más poderosa que la deidad: «Si a la sombra de un te quiero / se desata un entrevero / y no hay Cristo que lo pueda contener»; tanta intensidad en amar y lo que recibe es sufrimiento, es la indisoluble tradición que dicta la sentencia terrible: sin dolor no hay amor.
Atención a este concepto en segundo plano, ¿a qué llamamos concepto en segundo plano? A la mención indirecta de un sustantivo mediante la marca de su presencia; Homero Manzi utilizó este recurso en su tango «Ninguna», no sólo en segundo plano sino en tercero: «esta mesa, este espejo y estos cuadros / guardan ecos del eco de tu voz», la marca de la presencia perenne de la voz es el eco de su eco, un tercer plano lejanísimo que se pierde en la memoria. De este modo, Andrea Bollof emplea el concepto en segundo plano al decir «en la sombra de un te quiero».
El juego de los dobles y triples planos de significado sigue, a la manera de las muñecas rusas, en la segunda parte del estribillo: «De olvidarme me olvidé qué es el olvido». Y cuando pareciera que olvidar se ha vuelto un hábito sanador con esa triple presencia, se atraviesa una línea traidora, un exceso de pensamiento, una suposición que escala y le hace daño: «y te juro que me parte en dos pensar / que en el rojo de otra pieza / va desnuda tu flaqueza / deshojando alguna nueva soledad». Todo ese olvido tan mencionado y tan ejercitado era falsedad; el intento fracasó.
A diferencia de los viejos tangueros, como Juan Andrés Caruso, que luego de exponer su pena por la incertidumbre de lo que estará haciendo la amada, propone una solución pasajera pero aliviadora: «y ella quién sabe qué hará. / Eche, mozo, más champán, que todo mi dolor / bebiendo lo he de ahogar», en «Café sin después», los celos, la conjetura de lo que estará haciendo el amado, el daño no tienen solución, es una manera sufridora de vivir el duelo de la separación, que seguirá todavía, en un sacrificio aceptado con mansedumbre.
Al final, vuelve al punto de partida en una correspondencia entre los versos de la primera estrofa y los de la última; termina complaciéndolo en su constante petición: «Te confirmo aquel olvido que pedías». Un amor que se vislumbra ya como una pintura de Monet, un cuadro impresionista, trazos que muestran la imagen como aparece retenida en la memoria y no como es en realidad: «un recuerdo borroneado en cada adiós». Fiel a la promesa del principio («Te aseguro un buen olvido a tu medida, / una fuga tan discreta como vos, / la elegancia de un final en exclusiva / y una sombra indescifrable en cada adiós»), cumple su palabra, le confirma todo y deja apenas una constancia de lo que fue, «la constancia del amor que nos perdimos / y una sombra indescifrable, como vos». En la intensidad del amor que experimenta, en la hondura de su sensibilidad y su entrega, nunca pudo entender a ese hombre que construyó una barrera, que se escondió como Eros de Psique.
Hemos detectado que, además de Andrea Bollof, este tango lo ha interpretado el cantor Daniel Zuco. Aquí presentamos la versión de la cantautora con la orquesta dirigida por Víctor Simón en un concierto titulado Sueños cruzados tango, en el Galpón Artístico de Caballito, a finales de 2017.