Úrsula

Por Cecilia Prado[1]

 

En medio de la polvareda se erige una enramada construida con palos y ramas de ahuijote, a su sombra, cuatro músicos varones dirigen el convite entre sones, gustos, malagueñas, jarabes, ejecutados uno tras otro, sin descanso para los bailadores. Ya comienza el arpero otra vez, con un bordonazo al arpa que sirve de primera llamada y los subsecuentes trinos de pájaros que declaran la melodía de la Úrsula, son muy gustado por todos los presentes. Basta el movimiento de manos del experimentado arpero para que a unos metros de distancia se levante un pequeño remolino al que nadie presta atención. Entre risas, gritos y chiflidos, la atención sólo se dirige a los músicos y a la tarima de parota, aún desocupada. Enseguida del arpa se suma el violín cuyas agudas notas evocan caballos relinchantes, los mismos que se encuentran a unos pasos, adiestrados para mover sus pezuñas al compás de 12/8. Arcadas ligadas suben y bajan, los sonidos viajan a kilómetros de distancia mientras se materializan unos pedazos de fierro y caucho entre la columna de tierra que se va agrandando. Al violinero lo sigue la guitarra de golpe, la jarana, la colorada aporreada sin compasión por el músico más viejo de los cuatro, quien hace gala de su talento adornando sus mánicos con repetidos abanicos.

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      A cada redoble se va definiendo lo que sólo era chatarra como una bicicleta pesada y centelleante, cuadro de acero, barra alta, rodada 29, manubrio recto. Prrrpa-prrrpa prrrpakatunpakatupa, es el sonido de presentación del tamboreador. Los cuatro músicos, ya acoplados, siguen dando vueltas al son. Una tímida pareja de bailadores se arrima a la tarima, los más entusiastas espectadores rechiflan y aplauden el gesto. Antes de que den el primer zapatazo se incorpora por completo una figura femenina montada sobre la bicicleta y dispuesta a presentarse en el baile. Los zapatitos de tacón blancos y un par de botines lustrosos repiquetean la madera como martillos apresurados. Takeke-teakeke-takeke-takeke. Los cuerpos se desplazan en un vaivén de ida y vuelta a lo largo de la tabla. Las miradas de los bailadores se dirigen a las manos del tamboreador, pero en una vuelta la bailadora la alcanza a mirar de reojo. Es ella, rodando con movimientos serpenteantes alrededor de la enramada, el viento ondea su cabellera negra, larga hasta la cadera. Ella se asegura que todos en la fiesta la vean. Es ella. Es Úrsula.

Cuando arpero y violinero están dispuestos a echar el primer verso, Úrsula se adelanta, irrumpe con su voz prístina en el lugar, más bella y aguda que la de cualquier cantador conocido en la región.

Soy Úrsula y en bicicleta / hoy llegué de mi paseada

/ por andar sobre dos ruedas / dicen que no valgo nada

Tiralarairarararaaa tiralarairarararaaaaa

       La voz de Úrsula se va haciendo cada vez más fuerte y aguda al punto que llega a turbar al tamboreador, cuyas manos ya no responden y sin éxito intenta seguir cacheteando el arpa. Los otros músicos también se distraen y por un momento se pierden, sólo Úrsula continúa cantado a tiempo:

Vengo de andar sin cadenas / por las calles, las calzadas.

Del pedal soy la más buena / para enamorarme osada

Tiralarairarararaaa tiralarairarararaaaaa

      El último jananeo es más agudo que el anterior y comienza a reventar una a una las cuatro cuerdas de tripa del violín, luego, las cinco cuerdas de tripa de la guitarra hasta que sólo resiste el arpero, marcando melodía y ritmo entre trinos y bordones.

A las orillas de un río / dicen que perdí una cosa.

De los hombres no me fío / mienten sus mentes celosas

/ creyendo suyo, lo mío.

Tiralarairarararaaa tiralarairarararaaaaa

        Al terminar Úrsula su tercer copla, se revienta la trigésima sexta cuerda del arpa y se hace un silencio absoluto. Confundidos los músicos del conjunto, inmóviles los bailadores y los caballos, mudos los invitados desde sus asientos, observan cómo se levanta nuevamente la polvadera arrastrando ramas, y algunos platos y latas de las mesas. Úrsula se marcha de la misma forma que hizo su aparición, montada en su bicicleta, entre remolinos de tierra.

 

 

[1] Cecilia Prado (Ciudad de México, 1993) Estudió Sociología en la UNAM. Es música y bailadora de las tradiciones de cuerda y zapateado del Sotavento y la Costa-Sierra michoacana. Lesbiana y acompañante abortera. Amante de los hilos. En sus ratos libres es aprendiz de escritora.

 

 

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