La que recuerda
Entre mis pechos se encuentra una inscripción que Horacio utilizó en su poética: “Nescit vox missa reverti” que algunos estudiosos del latín tradujeron como “la palabra que se ha soltado, no puede regresar”. La tinta que encapsuló mi piel es un recordatorio de lo frágil, lo importante, lo potente y transformador de la palabra, es el color añadido a mi sangre y piel color café que me acompaña por el mundo, sin poderme escapar del peso de cada oración.
En la sucesión de descendientes de mis árboles generacionales se me ha otorgado el don de la Memoria, ser la persona en la familia quien a través de la comunicación celular recuerda las historias de quienes no he conocido, de las aguas que fueron expulsadas del nido familiar y de quienes no tenemos la oportunidad de conocer el Olvido. En sueños he vivido muertes de personas que nunca conocí en la vida real pero que reconozco a medida que envejezco.
A veces quisiera volver a tener la soberbia de mi yo adolescente que se asumía sabia, llena de energía y tiempo al paso de los días, semanas y años; observo que el tiempo que vivo es una especie de mentira. Lo que para algunos es un año y celebran con fiestas cada trescientos sesenta y tantos días, en mi tiempo ha tomado veinte años donde -por ejemplo- he construido un hogar, lo he disfrutado, me ha dolido, abandonado, bifurcado, encendido y pulverizado. Me miro al espejo y veo los estragos de esas décadas. Lo veo en mis huesos, mi sistema nervioso y hormonal. Lo noto al salir a caminar cuando no sale el sol.
Mentiría si digo que reconozco lo que se siente cuando se habla de regresar al hogar. En meditaciones me guío para estar acompañada de raíces profundas, bajo tierra, una humedad y calidez de la tierra y eso me recompensa, sin embargo la palabra hogar me remite a una especie de utopía, un deseo, un anhelo. Hace casi siete años que vivo itinerante del lugar donde nací. He escuchado que debo agradecer eternamente por vivir en Europa. Agradecer el privilegio, agradecer los derechos básicos, agradecer la hipervigilancia, agradecer la casa, la escuela, el aire limpio, la salud, el agua potable, los alimentos empaquetados en plástico, el ocio, el tiempo de vacaciones al año, la tolerancia y diversidad. Agradecer existir y pisar el mismo suelo que otros, los que sí tienen derecho y me dan una oportunidad.
En el país donde nací, México, les agradecemos a los extranjeros que nos den trabajo, que usen nuestros recursos y nos den la oportunidad de convivir con ellos, en una especie de zoológico donde pagamos la entrada con nuestro trabajo. Les agradecemos que nos traigan internet a las comunidades más alejadas para poder hacer Mindfulness Home office donde puedes adquirir un paquete en Airbnb que se paga en dólares. Puedes pagar a plazos si tienes tarjeta de crédito.
Aquí donde vivo (donde vivo en el privilegio, reconocen quienes nunca han viajado) paso días y noches con dolor en un sistema de salud incompetente que prefiere que me atienda en mi país para evitar costos en el suyo. Aquí donde siete de diez veces que voy a una tienda me revisan mis pertenencias y me preguntan sin piedad, ¿De dónde vienes? ¿Cuándo te vas? Yo, que siempre recuerdo, me pregunto… ¿No me has visto venir a la misma tienda por los últimos cinco años? Yo te recuerdo cuando tu cabello no era tan largo, te recuerdo con tu acné tardío y tu sonrisa de piel blanca que siempre parece arrugada.
¿Cómo se vive ser olvidada y ser invisible cuando lo único que hago es recordar?
Los países del norte europeo prefieren olvidar, olvidar los genocidios, las guerras, el hambre, la peste, las enfermedades, su contribución a la destrucción del planeta: “Si cambias tú, cambiamos todos”, “Sin perdón, no podrás ser feliz”, “El rencor te ata a tu sombra” mientras jugamos golf y vemos Eurovision, todo puede mejorar.
¿Cómo se olvida ser enjuiciada y desalojada del país que te vio nacer? Ahí donde tus amigos extranjeros quieren ir a comprar casas con el dinero de su jubilación mientras los pueblos indígenas sean desalojados, pues no entienden lo que significa “vivir en armonía con su entorno” y no hacen yoga al amanecer ni se preocupan de su salud comiendo animales. Ellos, siempre ellos nos recordaran cómo se vive mejor, cómo se disfruta más de la vida, cómo nos ayudan dando empleos de limpieza en sus casas europeas o en sus casas en America Latina.
¿Cómo olvidar la esclavitud infantil de mi madre y tías condenadas a servir a los más ricos? ¿Cómo olvidar que extendían su “bondad” dejándoles asistir a la escuela?
Olvidar podría ser más fácil para mí, alejar cada memoria dañina, vivir bajo la influencia de la droga del Capital para recordarme que si tomo Vitamina D no estaré sufriendo de no tener el sol cerca. Recordarme que no fui desplazada por la inseguridad, por el narcotrafico internacional, recordarme que aquí puedo salir con cuerpo de mujer siempre que sea del deseo heterosexual aun cuando eso impida reconocer que no amo mis curvas femeninas.
A veces cuando pienso en mi memoria me pregunto si en la vejez viviré alguna enfermedad tipo Demencia o Alzheimer y aunque sé que los cuidados de otros serían básicos y urgentes, también pienso que serían un descanso para mi cerebro, un descanso de un cuerpo en resistencia, el descanso de una memoria en resistencia.
Delirios de migrantes
Soy hipersensible y no olvido, dos características que hacen muy complicada la vida a mi lado.
Mi cuerpo somatiza demasiado, empatiza demasiado y en algún punto pierdo el norte de mi brújula.
¿Hacia donde me dirigía? ¿Qué estaba buscando? ¿Con quien(es)? ¿Cuál era el punto de esta aventura?
Mientras mi mente se niega a callar, mi cuerpo genera recordatorios: “esto duele al nivel de nacer”, “esto da miedo como la primera vez que supe que podía morir”, mi oído implota y siento que comprendo a Van Gogh y yo misma quisiera arrancar mi oreja. Me duele el cerebro y mi hipersensibilidad me hace reconocer que mi sistema linfático está ralentizado. Escucho de lejos las voces de unos niños que me piden comida y me acerco para darme cuenta que soy yo misma en mi versión de seis años.
En mi delirio he tenido viajes a otros lugares. A veces tengo miedo de dormir acompañada porque por momentos he podido llevarme a mis compañeros de sábanas a mis viajes astrales.
Hace un año visitaba Vietnam, pernocté en un pequeño cuarto sin lujos y reconocí bien el lugar, a los vecinos, el menú de la comida callejera y supe entonces que eso que llamaba sueño distaba mucho de serlo.
En otro viaje me encontré con D’waark’ül, un hombre negro que vivió esclavizado y murió ahogado en el barco que lo transportaba una vez más a un país peninsular europeo. Su historia había sido larga y había conocido casi todos los continentes. Con asco me contó que en algún momento comió ratas del barco donde lo tenían oculto. Lo contaba con desagrado y con mucha vergüenza pues trataba de decirme lo mucho que había evitado hacerlo -aun cuando otros tripulantes lo habían hecho- y repetía una y otra vez que en su pueblo eso no era normal ni bien visto pero que el hambre de semanas atrás lo habían empujado a dicha situación.
Tuve dos viajes más, uno en Japón donde mi reencarnación varonil me mostró las mismas quemaduras que tengo en el cuerpo, además de compartir tatuajes en brazos y espalda. Muy parco me contó cómo perdió a su esposa e hijos y cómo vivió en soledad mascando su venganza: “No pierdas el tiempo”, me dijo, “la venganza te da un objetivo para seguir vivo pero también la conciencia para vivirla, uno se vuelve loco.”
Mi último viaje fue a tierras calientes, mientras mi cuerpo redondo cubierto de telas ocultaba un embarazo y huía a través de una barcaza. El recuerdo de morir ahogada entre la burka, el peso de mi vientre y mis ojos miel se impregnó en mi desde que desperté y por las siguientes semanas.
Ser hipersensible y no olvidar es un don que no agradezco. Re-visitar mis vidas, continuar con la actual.
¿De ahí saqué las herramientas para vivir mi vida actual? ¿Las almas viejas no se extinguen? ¿Aprendí a ser nadadora profesional para poder emigrar como no lo pude hacer antes? ¿Que aprendí de vivir en cuerpos masculinos y por qué en esta vida no me adapto a mi cuerpo femenino?
¿Donde queda la venganza si no existe la justicia en tierra?
Despierto. Veo los cuerpos que me acompañan en la cama, a veces uno y a veces son más. A veces me cuentan sus sueños, esos sueños donde yo también estaba, en un país lejano. Me cuentan cosas que yo se que vieron porque estuve ahí aunque no estaba soñando.
¿Que nos trajo a este punto, en este lugar?
El delirio por enfermedad baja, ya no se escuchan las voces ni los otros idiomas de las aves, se escucha el eco propio que recuerda que nada fue un sueño, que no lo es y que lejos de despertar, aún quedan muchas preguntas por resolver, aún queda mucha vida por vivir y un sinfín de pedazos rotos por recoger.
Que relato tan cargado se sentimientos y sensaciones, que valiente eres por dejarte ir yo no puedo deslizarme a esos viajes, me da miedo no poder volver