Por Emma López Bautista[1]
“Debes hacer las cosas que crees que no puedes hacer.”
Eleanor Roosevelt
Las mujeres son un elemento clave para el desarrollo rural y la erradicación de la pobreza, por lo que es necesario equipararlas para el fomento y la promoción de la equidad, impulsando su participación optima y efectiva en los procesos productivos, y así buscar incidir en los cambios económicos, ambientales y sociales necesarios para el desarrollo sostenible. Sin embargo, es importante hacer hincapié en que para lograr un desarrollo agrícola rural sostenible y la seguridad alimentaria, es urgente e indispensable que los esfuerzos sean direccionados hacia las mujeres, quienes han sido ignoradas o excluidas del ámbito laboral, demeritando su trabajo en el campo.
Por lo anterior, se requiere fortalecer las competencias laborales agrícolas de las Mujeres rurales, especializando su mano de obra agrícola desde un enfoque de género, pues resulta esencial prestar atención a las diferencias de género en el campo y examinar las áreas de oportunidad del lugar de manera que promueva la participación de las Mujeres en el cultivo, producción y comercialización de los alimentos orientado a los objetivos de la Agenda 2030.
“Colectivamente, las mujeres rurales son una fuerza que puede impulsar el progreso a nivel mundial. Debemos aprovechar ese potencial para lograr los tres objetivos interrelacionados que nos hemos fijado para el año próximo: acelerar nuestra labor para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, adoptar una nueva visión del desarrollo sostenible y concertar un acuerdo universal significativo sobre el clima” Secretario General Ban Ki-moon
Es por ello que la Agenda 2030 funge como un convenio que se centra en las personas desde un enfoque de derechos y se busca trabajar hacia un desarrollo sostenible global. En él se plantean tres pilares para un desarrollo sostenible, que son el ámbito económico, social y medioambiental, estableciendo así una visión holística del desarrollo.
No obstante, se requiere de gran trabajo arduo para el cumplimiento de los objetivos para el desarrollo sostenible, dejando de lado las buenas intenciones y los discursos sustantivos, y en su lugar adoptar por parte de los gobiernos locales compromisos sólidos, así como crear una consciencia de la importancia de reconstruir comunidades sostenibles, focalizando cada uno de los pilares de la Agenda 2030; además de estrechar alianzas para que estos retos puedan materializarse en acciones afirmativas.
Entre las condiciones relacionadas directamente con la producción agrícola y la inclusión de género, la Agenda 2030 aborda dos objetivos específicos para ello, el primero hace alusión a los desafíos de los contextos rurales, en donde estos escenarios se ven repercutidos por el acelerado proceso de la globalización y los desplazamientos migratorios dados en las últimas décadas, aunado a que las mujeres rurales son la base del desarrollo agrícola en las comunidades.
El campo, desde hace años, entró en un proceso de feminización, dado por los movimientos migratorios de los hombres hacia el extranjero y/o zonas urbanas, asumiendo, así, las mujeres las jefaturas de la familia y visualizando nuevas barreras para su inserción laboral. Son muchas las situaciones que giran alrededor de la desigualdad social del entorno rural, una de ellas es que las mujeres acceden en menor cantidad a los apoyos gubernamentales para el campo, ya que no cuentan con una titularidad comprobable de sus tierras, situación que se ha agravado con el contexto de la pandemia, lo que las deja con un limitado acceso a la propiedad de la tierra y a las máquinas de producción.
Otra barrera que permea para que las mujeres rurales no puedan empoderarse en su entorno social, son los patrones socio-culturales que no dan pauta para una equidad de género dentro del campo.
Durkheim, uno de los sociólogos más importantes de la historia, alude a que entre más crecen las sociedades, más complejas se vuelven, las tareas se especializan y la autosuficiencia es desplazada por la interdependencia. Aseveración que se cristaliza en las sociedades actuales, en donde el campo requiere nuevos sistemas de riego tecnificados, así como también se necesitan nuevas competencias para elevar la calidad del desarrollo agrícola en el campo mexicano.
Una aproximación al mundo rural desde la visión de la Agenda 2030, exige también comprender los diferentes contextos regionales y las mismas dinámicas sociodemográfica que inciden en que el proceso de desarrollo sea diferente en su progreso; si bien los países se han subido a este desarrollo sostenible, es importante reconocer los alcances y limitantes del propio contexto social.
Lo anterior significa que los gobiernos locales se constituyan como facilitadores con capacidad de asignación de recursos, y que estructuren estrategias para poder empoderar a las mujeres desde sus localidades y así apoyar al resurgimiento del campo desde políticas públicas integradoras y desde enfoques territoriales con lenguaje intercultural.
No podemos asumir un desarrollo agrícola que no sea conllevado de la mano de las mujeres rurales, quienes trabajan arduas jornadas para asegurar el bienestar social de sus familias; por lo que es importante hacer hincapié en que, como sociedad, tenemos una obligación moral y una responsabilidad social con las mujeres rurales, para reconocer y resaltar el gran aporte que éstas generan en el campo.
En resumen, la Agenda 2030 es solamente el punto de partida, pero hay mucho camino por recorrer. Los gobiernos se enfocan más en el fin que en los medios para dar cumplimiento a cada uno de los objetivos, se necesita apoyar de igual forma a los pequeños agricultores y a las mujeres ejidatarias para que puedan acceder igualitariamente a apoyos que les permitan dotarse de infraestructura y la tecnología necesaria para mejorar la productividad agrícola.
A su vez, hablar de empoderamiento femenino y equidad de género se vuelve un gran reto para los gobiernos locales con una realidad rural, ya que los programas sociales tienden a homogenizar las necesidades sociales de las mujeres, sin prestar gran atención en los entornos sociales en los que se desenvuelven, hay que reflexionar que el proceso de empoderamiento de una mujer va a variar de acuerdo a su construcción socio-cultural, a su contexto social y sus propias vivencias.
Es de esta manera que la mujer rural lleva un proceso distinto de empoderamiento a diferencia de la mujer urbana, ya que estas mujeres de comunidades rurales se condicionan bajo un sistema de usos y costumbres, por lo que es complicado cambiar su visión de la vida de la noche a la mañana, sin antes trabajar en un proceso de auto-reconocimiento y desarrollo, en donde realmente también asuman la voluntad de ser las tomadoras de decisiones de sus propias vidas y así impactar en el desarrollo económico de sus localidades encaminado hacia la consolidación de sociedades más inclusivas.
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Emma López Bautista es Licenciada en Ciencias Políticas y Administración Pública, Maestra en Gobierno y Gestión Local por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Es docente de nivel bachillerato y licenciatura. Miembro de la Red Internacional de MUJERES HACIENDO HISTORIA, en la sección de MUJERES EN LA INVESTIGACIÓN. Directora del área de participación y promoción de las Mujeres, a través de la asociación civil “Alternancia Juvenil Por México-Hidalgo”. Nominada actualmente en la categoría de empoderamiento femenino e inclusión de género, dentro de la segunda edición del Premio Juvenil a la Innovación Rural de América Latina y el Caribe.
Adquirió la mención honorifica por su trabajo de investigación de nivel maestria: La importancia de las mujeres en el Desarrollo Rural: retos y desafíos en el municipio de Álamo, Veracruz 2014-2020”
Ha presentado ponencias a nivel nacional e internacional en temas encaminado al desarrollo rural, la feminización del campo, violencia de género, autoempleo y emprendimiento con perspectiva de género, entre otros temas más. ↑
Excelente artículo y con una claridad sobre las mujeres en la inclusión en el ámbito rural!!