Sobre la pandemia

Mauricio Beuchot (México) es profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM e investigador en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Autor de innumerables obras y fundador de la corriente conocida como “hermenéutica analógica”.

Mauricio Beuchot es el filósofo de la hermenéutica y de la analogía. Y esta circunstancia tan importante que vivimos no es la excepción. Retomando el libro de Albert Camus, La peste nos invita a desempolvar nuestra solidaridad. Para que esto pueda emerger en nuestra época, para ver a los otros como semejantes se requiere tener sentido de la analogía, nos dice. Cada ser puede tener innumerables captaciones. Por eso no se lo puede ver unívocamente, lo que sería ahogarlo; ni equívocamente, en donde se volatilizaría o se esfumaría. Llevando su análisis de la fenomenología a la hermenéutica, nos habla acerca de cómo la situación actual nos hace dar cuenta de nuestra finitud y vulnerabilidad. El peligro es que estamos en una época de símbolos rotos, caídos, derrumbados. En la comprensión analógica del símbolo es que podemos ver tanto el temor a la muerte como la protección que el otro me brinda. El acercamiento a este tipo de realidades teóricas volcadas a la práctica, según Beuchot, tiene que ver con una obligación de la filosofía.

David Sumiacher

 

Enviado el: 26 de octubre de 2020

En tiempos en que la realidad parece que nos excede la filosofía es un medio para transformar quienes somos

 

Sobre la Pandemia

Introducción

En estas líneas trataré de hacer una reflexión filosófica acerca de la pandemia por la que atravesamos. Se piensa que la filosofía está alejada de estos acontecimientos tan concretos, pero no, ella tiene que ayudarnos a afrontarlos. Lo hace desde la perspectiva teórica, es verdad, pero eso sirve, pues la praxis sin una teoría conveniente es acéfala. Para ello procederé en tres pasos. Primero, una descripción muy breve de algunos de sus aspectos principales; luego, una interpretación sucinta y, después, una reflexión ética.

Fenomenología sumaria

Esta contingencia que vivimos ha traído consecuencias psicológicas, éticas y sociales. El confinamiento, el peligro, a veces muy serio, de enfermar y hasta de morir, nos hace preocuparnos por nosotros y por los otros. Descripciones de esta tragedia las tenemos en la célebre novela de Albert Camus, La peste[1]. Ser conscientes de ello apenas nos ayuda a alejar el miedo y la angustia ante el peligro. Lo hace relacionándonos con los otros, desempolvando nuestra solidaridad. En efecto, este acontecimiento nos coloca frente a los otros seres humanos. A diferencia de Jean-Paul Sartre, a quien su fenomenología le hacía decir que “el infierno son los otros”[2], a nosotros se nos ha de manifestar la necesidad de los demás, y la exigencia de preocuparnos unos por otros.

Ya el cambiar para atender al menos un poco a los demás y relacionarnos mejor con ellos ha sido una enorme ganancia de esta crisis. Es algo que indica la esperanza que se conserva a pesar de la contingencia. Los seres humanos somos capaces de obtener un bien a partir de una desgracia. Es el carácter trágico de nuestra existencia, ya que la tragedia consistía, precisamente, en el destino de la existencia humana, siempre expuesta a los peligros. Por otro lado, lo que nos quita el miedo y la angustia o ansiedad por el riesgo es el afecto. Y el afecto lo colocamos en nuestros semejantes. Los demás son nuestros análogos, y debemos verlos también como prójimos.

Mas, para ver a los otros como semejantes, se requiere tener sentido de la analogía. En efecto, el otro, el diferente, ese ser humano que está delante de nosotros, tiene que ser reconocido como digno, para que podamos dirigirle nuestra preocupación y hasta nuestro afecto[3]. Eso requiere de profundización, precisamente por la riqueza del ser personal. Puede tener innúmeras captaciones. Por eso no se le puede ver unívocamente. Sería ahogarlo. Pero tampoco se le puede ver equívocamente, ya que así se volatiliza, se esfuma, atomizado en un sinnúmero de funciones, menos la de ser una persona.

Por eso también se requiere captar al otro con una mirada que rebase la univocidad y no caiga en la equivocidad, es decir, con una fenomenología analógica, esto es, basada en el concepto de la analogía, ya que ésta, que es proporción, es la que nos permite acercarnos lo más posible al otro. Para no ver al ser humano como algo neutro y, por lo mismo, con despreocupación, por la imposición univocista, ni tampoco despojarlo de su dignidad, por la volatilización equivocista, hay que usar una visión analogista, que nos permita captarlo adecuadamente, de modo que conserve su significación y podamos sentirnos solidarios y comprometidos con él.

Aproximación hermenéutica

Tras haber presentado la minúscula descripción fenomenológica de cómo vivimos la pandemia, conviene pasar a la interpretación de la misma. Después de la fenomenología viene la hermenéutica. La descripción fenomenológica nos da la referencia del acontecimiento, pero la interpretación hermenéutica nos da su sentido. Y recordemos que Frege adjudicaba al signo dos aspectos: el sentido y la referencia[4]. La referencia es la realidad objetiva a la que apunta una expresión, y el sentido es lo que nos dice a nosotros para comprenderla.

Lo mismo pasa en hermenéutica. Una cosa es conocer el aspecto referencial del texto que se interpreta (el cual puede ser un acontecimiento), y otra el sentido del mismo, a saber, lo que nos dice humanamente a nosotros. Por eso Gadamer afirmaba que toda interpretación es autointerpretación, pues nos comprendemos delante del texto que llegamos a entender[5]. Y después de la comprensión de un sentido viene la aplicación del mismo a la referencia, es decir, a nuestras vidas.

Pues bien, llevando la hermenéutica a la interpretación del acontecimiento de la pandemia, lo primero que nos brinda es la comprensión de nuestra finitud. Somos vulnerables, estamos expuestos a contingencias. Es cierto que el ser humano no ha sido hecho para vivir sin riesgo, pero cuando el riesgo es muy grande, se conmociona y recuerda su carácter de ser finito.

Captar el sentido disminuye la angustia, y a veces la quita. Y buscar el sentido es propio de la hermenéutica. Cuando Heidegger se preguntó por el sentido del ser, lo hizo en la ontología, pero entendió ésta como hermenéutica de la facticidad[6]. Es decir, como interpretación de la realidad, de las cosas y los acontecimientos, a saber, de los entes y del ser. Con la ontología como hermenéutica, podemos interpretar el sentido de este acontecimiento que nos abarca, por no decir que nos encierra. La pandemia.

El sentido que podemos darle es el de una ocasión para que los seres humanos manifestemos nuestra humanidad, o nuestro humanismo, y nos preocupemos los unos por los otros. Es que el sentido de la vida es el afecto, y éste se manifiesta como cuidado. Es cierto que nos tiene que mover a preocuparnos por nosotros mismos, por cada uno, pero también nos debe mover a velar por los demás. En situaciones de extremo peligro es donde se han visto más muestras de solidaridad, a veces hasta heroicas. En México lo hemos presenciado cuando se han dado temblores de tierra muy fuertes.

La tragedia nos hace preocuparnos por nosotros y por los otros. Sin embargo, también la hermenéutica nos da un instrumento o medio para alejar el miedo y la angustia que nos trae el peligro. Es la captación del símbolo, de nuestros símbolos. En efecto, el reducto del sentido es el símbolo. Él es el que misteriosamente quita la angustia, o, por lo menos, la hace soportable. El peligro es que estamos en una época de símbolos rotos, caídos, derrumbados. Si se tienen símbolos, se podrá superar la contingencia, pues ellos nos revelan nuestra contingencia por la mortalidad; pero, también, nos señalarán que estamos protegidos, unos por otros. Y el símbolo, según Paul Ricoeur, se interpreta según proporción, esto es, de manera analógica[7].

Desgracias como la pandemia llegan a mover al hombre a un cambio, es un resorte que lo lanza hacia los otros. Casi insensiblemente. Ya el cambiar para preocuparnos por los demás y velar por ellos y con ellos es un gran logro. He dicho que lo que nos quita el miedo y la angustia o ansiedad por el riesgo es el afecto. Y el afecto lo plasmamos en nuestros símbolos. Semióticamente lo captamos en los símbolos que nos dan no solamente qué pensar, sino qué vivir.

El símbolo requiere sentido de la analogía. En efecto, el símbolo, ese signo que es tan rico porque está cargado de afecto, necesita mucha interpretación, precisamente por su riqueza. Puede tener innúmeras lecturas. De ahí que no se pueda leer unívocamente. Sería ahogarlo. Pero tampoco se puede leer equívocamente, ya que así se lo diluye, se lo atomiza en lecturas sin fin, de las cuales no alcanzamos a saber cuál o cuáles son las correctas.

Por eso se requiere una interpretación diferente, a saber, proporcional: la de una hermenéutica analógica, esto es, basada en la analogía o proporción. Es la que nos permite llegar al significado profundo y oculto del símbolo[8]. Para no obligar al símbolo a significar lo que no es, por la reducción univocista, ni destituirlo de su significado, por la dispersión equivocista, hay que usar un instrumento analogista, que nos permita interpretarlo adecuadamente, para que conserve su significado y pueda servirnos, con ello, en la constitución de nuestra sociedad, como una verdadera comunidad. Así, nuestro símbolo es el hombre, el otro, nuestro semejante o análogo.

Reflexión ética

Una de las cosas que trae la pandemia, y en la línea de lo que hemos dicho de velar por los demás, es una exigencia de justicia social. Es preciso que la reflexión filosófica oriente la aplicación de la justicia en la sociedad. Que pase de ser mera teoría a dirección de la práctica. Que interprete la situación en la que nos encontramos y nos impulse a hacerla mejor. A ir más allá de lo dado, para acercarnos al ideal. Que no solamente interprete la realidad, sino que ayude a transformarla.

No podemos dejar la justicia social a la buena voluntad de los gobiernos, sino que la vean como una obligación que tienen. Según ha sostenido Paulette Dieterlen, los pobres tienen derechos especiales debidos a su situación de necesidad extrema, y existe una obligación para con ellos, no un asunto de caridad o buena voluntad[9]. Esta obligación se ve agravada cuando se dan situaciones como la de la pandemia, en las que esa vulnerabilidad se agranda.

Quizás la dimensión filosófica principal de la contingencia es la ética, ya que la moral impregna la política, la economía y el derecho. Porque la moral se da en todas las acciones humanas. En todos los actos que son conscientes y responsables, o que, en todo caso, deberían serlo. Es donde el hombre manifiesta su carácter racional y verdaderamente humanista. Esto se ve en una filosofía personalista, que está pendiente del ser humano y a su servicio.

Y tal vez toda filosofía debería ser personalista, esto es, atenta al hombre, para pensar en su sentido existencial, pero también en su referencia esencial, que es la de trabajar socialmente. En efecto, si los filósofos quieren incidir en la comunidad, tienen que reflexionar sobre el hombre, tanto en su sentido como en su referencia. En el sentido de su vida y en su referencia a la realidad de esta vida que tenemos que proteger y fomentar[10].

Conclusión

La filosofía tiene la obligación de analizar estos acontecimientos que proponen problemas muy concretos y candentes. Es donde se ve que el filósofo puede aportar algo a la sociedad. Ciertamente desde la teoría, pero una que iluminará la práctica. Es lo que siempre ha hecho, y no ha de renunciar a seguir haciéndolo, sobre todo en estas circunstancias tan graves. El filósofo no puede resolver las cuestiones concretas que tocan al economista, al politólogo, al ingeniero, etc.; pero puede aportar esclarecimientos a partir de los principios, que son los que guían la realización o efectuación.

Tal es la solidaridad del filósofo con sus congéneres contemporáneos. Hay una responsabilidad a la que debe agregarse un compromiso. Es el de brindar perspectivas a partir de los principios filosóficos. Ya los científicos se ocuparán de seguir esas directrices, y así todos ocuparemos nuestra función dentro del todo social. Lo importante es filosofar en función de los seres humanos, de nuestros prójimos, de nuestros semejantes, de nuestros análogos.

  1. A. Camus, La peste, México: Hermes, 1997 (13a. reimpr.), pp. 22 ss.
  2. J.-P. Sartre, A puerta cerrada, en La puta respetuosa, A puerta Cerrada, Bogotá: Orbis, 1983, p. 186.
  3. E. Levinas, El tiempo y el otro, Barcelona: Paidós, 1993, pp. 118-121.
  4. G. Frege, “Sobre sentido y referencia”, en Estudios sobre semántica, Barcelona: Ariel, 1973 (2a. ed.), pp. 49 ss.
  5. H.-G. Gadamer, Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica, Salamanca: Sígueme, 1977, p. 387.
  6. M. Heidegger, Ontología. Hermenéutica de la facticidad, Madrid: Alianza, 1999, pp. 21 ss.
  7. P. Ricoeur, La symbolique du mal, en Finitude et culpabilité II, Paris: Aubier-Montaigne, 1960, p. 22.
  8. M. Beuchot, Tratado de hermenéutica analógica. Hacia un nuevo modelo de la interpretación, México: UNAM, 2019 (6a. ed.), pp. 185 ss.
  9. P. Dieterlen, “Derechos de los pobres y obligaciones para con ellos”, en E. di Castro – P. Dieterlen (comps.), Debates sobre justicia distributiva, México: UNAM, 2005, p. 141.
  10. E. Dussel, Ética de la liberación. En la edad de la globalización y de la exclusión, Madrid: Trotta, 1998 (2a. ed.), p. 129.

 

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