Por Liliana Rivera
El artista es un niño, el niño crea, nos rodea de un mundo objetivo, y el arte surge como añadidura, y la realidad se reconfigura. Esa es la labor de un escritor, resignificar o recrear la realidad, y esto es a través de la memoria, de recordar, despertar el alma dormida, y descubrir sus caminos secretos, así como lo logra hacer la niña Maryse.
Corazón que ríe, corazón que llora, una novela sencilla en sus letras, pero poderosa en su contenido. En ella, Maryse, a través de la memoria nos va llevando a la construcción de su niñez y adolescencia. Sus recuerdos, llenos de amor y desamor, de amistad, de vida, de muerte, y el choque racial, que como niña no entendía, y como adolescente tuvo muy claro, pues lo llevaba en la piel. La ganadora del premio Nobel alternativo, nos enfrenta a un mundo prejuicioso, que ella misma descubre a través del vacío.
La novela nos hace tener grandes revelaciones, y para mí al menos fue por medio de una sola palabra “Alienados”, que, por cierto, no sabía lo que significaba. Enseguida la busqué en el diccionario y encontré: Persona que está loca y ha perdido el juicio o se comporta como tal. La autora dicha palabra la resignifica, y nos dice que es una persona que trata de ser lo que no es, porque no le gusta ser lo que es.
Entre estas dos acepciones que en un principio parecieran contradictorias existe algo que las une: la identidad. El estar loco, es precisamente eso, no saber quién eres, perder el juicio y olvidar por completo tu ser, para Condé, es olvidar tus raíces, tu historia, adoptar una identidad para ser aceptado, por así decirlo, en un lugar al que no perteneces.
Una niña que nace en la isla caribeña de Guadalupe (colonia francesa) en el seno de una familia criolla, unos padres, inmersos en el clasismo de una educación burguesa, que reniegan de sus orígenes y adoptan una identidad francesa que tampoco convence a amigos y conocidos cuando la familia pasa temporadas en París. Esta niña, ya adulta, decide indagar en su infancia y ahonda en sus vivencias para tratar de reconciliarse con su controvertido pasado.
Ya adolescente, padece las diferencias raciales entre negros y blancos, así como entre las clases sociales. El oscuro secreto que descubre la herida de la esclavitud que subyace en el pasado de sus ancestros. En esos momentos de su vida Maryse se encontraba alienada: desubicada y sin el sentido de pertenencia a un grupo concreto.
Corazón que ríe, corazón que llora, es la identidad como concepto del ser humano, toma el recurso de la memoria, no solo para que Maryse se reconstruya, y se reconcilie con su pasado, sino también para que recordemos que el racismo, la distinción de clases, la discriminación de género, siguen latentes. Nos hace presente que existe un legado cultural invadido de prejuicios. La novela es un llamado de manera simbólica a reconocer nuestra herencia ancestral, porque todos tenemos raíces, entender de dónde venimos, aceptar y aceptarnos con piel oscura, clara, roja, amarilla; ricos, o pobres; vivir, querernos, descubrir nuestra esencia; y así como Maryse Condé, jurarnos que jamás seremos personas alienadas, y quizá, como ella, lograr algún día despertar metamorfoseados.
Excelente reseña. Palabras y freses más simples, claras y directas no puede haber. Gracias por compartir.