Imagen tomada de AF Astronomía
Por Violencia Parra
“Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión. He visto rayos- C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir.”
-David Webb & Rutger Hauer, Blade Runner
Me estremece mirar el cielo nocturno, más aún cuando es a través de un telescopio, sobre todo en noches como esta, cuya recompensa es de un valor incalculable, de una belleza que da vértigo.
Este lunes 20 de julio, en medio de una pandemia como aquellas que hacen historia, amanecí emocionado por la noticia de que #Saturno se vería a simple vista y a través de un telescopio, incluso desde las ciudades, (algo que suena inusual, aunque no tanto, porque #contaminaciónlumínica), sin embargo acá en San José del Jaral, Edomex, llovió durante la tarde y todavía entrada la medianoche el cielo estaba nublado, no quiero imaginar siquiera la ansiedad que padeció Arthur Eddington aquel 29 de mayo de 1919, di por perdido el acontecimiento astronómico, ¡ya estoy hasta la p*t* v*rg*!, dijo mi chavorruco interior y resignado, es así que ya estaba encamado escuchando mi podcast de terror favorito, cuando le di una última revisada a facebook…
ASÍ LUCE SATURNO JUSTO AHORA, ¡Oh genial, y yo aquí perdiendo el tiempo! (léase con voz de Sherk), fue entonces que me puse un rompevientos cualquiera, salí en calzones y chanclas al patio, para ver que, en efecto, aquel cielo nocturno le rendía pleitesía al errante de los anillos.
A hurtadillas me metí a la sala de la casa, pues ya todos dormían, pensé en despertar a mi padre, pero… quizá no lo tomara a bien, sobre todo porque agarré su telescopio, una de las pocas aficiones que tenemos en común, junto al ajedrez, el café y dos o tres canciones de los Rolling Stones.
Y ahí estaba yo, sosteniendo una taza de café mientras con la otra mano trataba de enfocar el esquivo Saturno, (no imaginé que se moviera tan rápido), midiendo cada respiro que daba, milimetrando mi pulso para no errar mi trazo, hasta los perros se callaron, primero puse el lente sobre Júpiter, luminicamente más fuerte y fácil de localizar, para después tratar y tratar de posarlo sobre Saturno, hasta que por fin lo logré. Las imágenes de lo visto en la bóveda celeste este 21 de julio del 2020 darán una idea de cómo se vió, pero no podrán calcar la experiencia de verlo con tus propios ojos, que si bien estos ven a través de un telescopio, es otra cosa porque la definición de la retina sigue siendo mejor que la de cualquier cámara, por otra parte, el astro está en movimiento, no es estático como los fotogramas y, finalmente, porque mientras lo ves sientes cómo la conciencia te devora…
Galileo, sistema exterior, Cassini
Del 15 de octubre de 1997 al 15 de septiembre de 2017 la nave espacial Cassini orbitó Saturno para recolectar datos sobre el planeta y sus lunas, regalándonos muchas de las fotos más hermosas del sistema solar exterior. Ni Galileo, Copérnico, Kepler, Newton o Einstein, imaginaban el alcance de sus ideas, la importancia de mirar siempre más allá de nuestras narices, de apoyarnos en los hombros de gigantes, y seguramente habrían soltado una lágrima (como lo hicieron en su momento) ante espectáculos como el de esta noche, bien decía Oscar Wilde que todos vivimos en las cloacas, pero algunos miramos a las estrellas.
Pensar no solamente en los grandes genios de la historia, sino en quienes trataron de detener a la historia misma y el inexorable triunfo de aquellos a los que un día llamaron locos, pensar en un planeta más allá del cinturón de asteroides, lo suficientemente grande e inalcanzable como para que yo lo pueda ver en San José del Jaral, y me parezca a la vez que inasible tan cercano, casi como si sus revoluciones fueran mi palpitar, contemplar mi propia insignificancia al ver esa esferita pálida coronada por un anillo igual de diminuto en la lente del telescopio. Y entonces soñar despierto, en plena madrugada, cobijado por todas las frases, poemas y películas que las estrellas inspiraron un día de noche plena, sólo para sentir que, por un momento, soy parte de aquello que los físicos llaman universo y que no es otra cosa sino yo, entender, pero sobre todo: sentir, como si fuera una conciencia acuática, que yo soy el universo experimentándose a sí mismo y llorar, como seguramente lo hicieron los que abrieron su corazón al mirar la vía láctea por primera vez.
Lo único triste es que justo ahora no tengo con quien compartir esto, y antes de que la vorágine domine mi corazón bajo la promesa del ineludible final de todo, pulvis et pulvis generis, Saturno rompe sus cadenas y los ecos de Galileo electrifican mi piel: “Y sin embargo se mueve…”
Ah, Giordano, tal vez el universo no sea infinito después de todo, pero sí que es ilimitado, multisensonrial, múltiple, poético, espejismo y oro para tontos, pero ¡qué bellas tonterías!.
Quizá mi padre y yo nunca terminemos de entendernos, pero le agradezco tanto que tenga un telescopio, quizá mañana sea el día en que el Covid me alcance, quizá cuando todo termine cumpla mi sueño de ir a Islandia para pastorear un rebaño de volcanes y besar a alguien bajo una aurora boreal, tal vez haya algo para nosotros ahí afuera o quizá sea mejor rezar para que los extraterrestres nunca encuentren la placa de la Voyager, pero al menos hoy la lluvia ha cesado y mis lágrimas no se han perdido entre las gotas, sino entre las estrellas.