Daniel Frini (Argentina, 1963). Participó en varias antologías en diversos idiomas. Publicó “Poemas de Adriana”, “Manual de autoayuda para fantasmas”, “El Diluvio Universal y otros efectos especiales”, «Nueve hombres que murieron en Borneo» y “La vida sexual de las arañas pollito”. Obtuvo varios premios, el último el 1er Premio del III Concurso Microrrelato Ilustrado Universidad de Jaén.
Será
Será que antesdeayer nos despertamos vándalos
y rompimos abrazos, como quien va y rompe vidrios.
Será que ayer nos despertamos cuerdos
y sopesamos opciones como quien malabarea
por monedas
en semáforos que andan proponiendo destinos.
Será que hoy nos despertamos ángeles
y andamos emparchando empachos,
y volviste a elegirme,
y te elegí de nuevo.
Y te ando proponiendo casamiento
en lugares tan románticos
como la góndola de los embutidos,
y me andás contestando paraqués,
si está bien así.
Será como decís.
Pero me encanta habértelo pedido.
Tratado acerca de tu existencia
Si vos no estás en casa,
el silencio me anuda algo en la garganta,
las paredes se alejan
y hace frío adentro;
a pesar de los treinta y dos grados
de este enero.
Y el cuore llora, amor.
De verdad, llora.
Cuando vos estás en casa
el aire tiene olorcito a pan recién horneado,
sabor a sobremesa de domingos,
a mates en tardes de verano, bajo el tilo.
Si vos estás, amor,
el cuore salta, grita, ríe, canta
porque sabe que anda rondando la alegría
de esta luna de miel,
que treinta años
y dos hijos después,
no se termina.
Vieja
―Vieja
Le dice el hombre a la mujer. Le dice:
―¿Compraste el queso fresco, ese del bueno, que venden en los chinos?
Pero quiere decirle: ¡Qué bonita estás, así, tan de entrecasa!
Le dice:
―El sodero dejó un sifón que pierde.
Pero quiere decirle: ¿Te dije alguna vez que sos hermosa?
Le dice:
―El trompa prometió que el viernes paga.
Pero quiere decirle: ¿Podés imaginar cuánto te amo?
―Vieja —dice el hombre mientras fuma el último cigarro―
dejame unos billetes
para cargar la sube, que no pude cambiar un yaguareté
porque el kiosco de la Bety está cerrado.
Pero quiere decirle: Me muero por irme a dormir entre tus brazos.
La mujer lava los platos.
Oye «queso chinos sifón trompa el viernes
Sube yaguareté kiosco cerrado»
Pero escucha: Sos lo mejor que me pasó en la vida.
El hombre apaga el cigarrillo y se levanta.
La mujer cierra la canilla, seca sus manos.
Parece que fueran a abrazarse, pero no.
Ni se miran. No importa. Eso también es parte del lenguaje
que sólo ellos dos hablan.
Pasan uno al lado del otro. No se tocan.
Y sin gestos, sin palabras, sin nada:
—Te amo ―parece decir él.
—Lo sé, mi amor ―parece decir ella.
Hay idiomas que no tienen palabras.