Por Enpoli
La realidad es innegable aunque intente ser borrada tras esas paredes enormes, grises, frías que junto al silencio cómplice construyen la indiferencia. Cada martes, jueves, sábado y domingo, las filas, los puestos, las bolsas repletas de comida nos recuerdan que dentro hay personas vivas. Gente que no habrá de reformarse si las prácticas de poder que se ejercen sobre sus cuerpos, que los laceran, los violentan, los vulneran, no se transforman, puesto que los dispositivos de control y reinserción llevan años, siglos incluso, convertidos en empresas de marginación donde el miedo y la humillación están latentes. Es por eso, que el proyecto La Lleca representa una estrategia legítima para desrelacionar la opresión y el encierro.
La Lleca Colectiva lleva quince años de actividades continuas de trabajo al interior de los penales. Desde el 2004, quienes conforman la colectiva están convencidxs de la necesidad de entrar a las cárceles “para ver desde dentro las lagunas y exclusiones en las narrativas popular y oficial sobre la delincuencia, la inseguridad y las personas peligrosas”. No obstante, observar no es el fin último, sino el inicio de un trabajo profundo con los internos, que ha implicado el desarrollo de procesos tanto personales como sociales a través de la práctica del performance y el trabajo sobre el propio cuerpo. Nos movemos, dicen de sí mismxs, en la frontera de la institución arte, saliendo y entrando, usando la porosidad y las grietas de los dispositivos, estatales y privados, de control y encierro de saberes, de la imaginación y de la creatividad radicales. Se trata, entonces, de un esfuerzo de acompañamiento donde se pone el cuerpo, se reconoce y se deseduca de la violencia trabajando la autoestima en una apuesta por el trato humano en un contexto donde la deshumanización es la constante que atraviesa aquellos cuerpos.
Así pues, la necesidad de hacer visible el trabajo que se hace al interior de estos centros, con la población allí recluida, es lo que motivó que, en el marco de su aniversario número 15 celebrado en el Centro Cultural Border, hace poco más de un mes, se llevara a cabo un conversatorio entre Elia Espinoza (Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM), Brian Whitener (Universidad del Sur de Alabama) y tres integrantes de La Lleca (Lorena Méndez Barrios, Fernando Fuentes Sánchez y Rocío Nejapa Alonso), el cual se centró en la manera en que las prácticas artísticas, en especial el performance, devienen puente entre nuestros cuerpos, el arte y la transformación de espacios de encierro y resistencia. Pero, no basta con celebrar cada año la existencia, permanencia y resistencia de proyectos que rehumanizan y reconectan a los presos, sirvan mejor de ejemplo para reestructurar las formas individuales en que nos relacionamos con la alteridad, porque la transformación será colectiva o no será.