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Cryptozoo: La otredad no tan fantástica  

Por Sergio E. Cerecedo

 

Aunque las antes llamadas “caricaturas” siguen produciéndose y siendo un producto rentable, las propuestas animadas con contenido más adulto han ganado un terreno en la memoria colectiva en los últimos años. Aunque es cierto que en los canales de televisión como Nickelodeon, Fox Kids o en la misma programación de MTV se colaban series como “La vida moderna de Rocko”, plenas de albures, referencias sexuales y cosas de la vida laboral que los espectadores promedio (niños y adolescentes) difícilmente podían entender, eran ejemplos aislados. No obstante, ahora nos llegan más seguido propuestas distintas que pueden ser desde algo irreverente como Bojack Horseman a cosas más abstractas como Midnight Gospel, en éste segundo renglón es donde esta singular propuesta se ubica.

 

El criptozoológico del título es un proyecto con corazón logrado a medias donde una mujer motivada por sus sentimientos personales hacia estas criaturas mitológicas (Críptidos) logra respaldar una iniciativa muy similar a la de los animales en peligro de extinción, no es casualidad que la cinta se desarrolle en los tiempos de la guerra de Vietnam, mucho de la ideología hippie se encuentra en la pareja de la secuencia inicial, donde ellos acampan cerca de la cerca de dicho lugar, así también desde esa secuencia podemos ver el tema constante: la sensación de extrañeza por parte del ser humano hacia lo desconocido que por igual le inspira fascinación y exotismo que miedo y odio ante ignorar el correcto cuidado de esas formas de vida, algunas de raciocinio humano y otras más cercanas a lo animal.

 

Ese es el dilema que Lauren, una de las activistas que se dedica a salvar críptidos del mercado negro y su explotación —con una evidente similitud con el tráfico de especies en peligro de extinción—, Leer más

El calambre se deshace no haciendo nada

 Contando las horas con los dedos, Jonatan María Reyes (2022)

Por Francisco Casado[1]

Así como en el ejercicio físico y el ejercicio de una profesión debe existir cierta pulsión de vida, el ocio encarna también una. Sirve para estirar el desasosiego, deshacer el calambre que contrae a la vida. Motivo por el cual, siguiendo la lógica poética de Octavio Paz, el ocio cuenta como material para la poesía: secuencia de posiciones que Jonatan María Reyes (Santurce, Puerto Rico) ha plasmado en Contando las horas con los dedos (2022), editado por Herring Publishers, con ilustraciones de Anton Reyes.

Recuerdo a papá reclamando que no debería estar sin hacer nada, incluso en domingo. Cuando tuvo mi edad, decía, no desaprovechó ninguna de las excursiones con sus amigos, ningún juego de frontón; andar en bicicleta, ir al estadio de fútbol. Él prefería cualquier cosa, menos “estar echado” sin hacer nada, de ocioso. Hoy le hubiera dicho, a mí también me hubiera encantado tu tiempo, con menos horas de trabajo, menos tráfico, y un mayor poder adquisitivo; sin embargo, aquí nos tocó vivir: entre el quehacer y el reposo del cuerpo antes de seguir cumpliendo un contrato por tiempo definido.

                        EXT | 11:23 PM

 

                        me devuelvo. mi espacio público favorito

                        anda cerrado por renovación,

                        lleno de cintas amarillas, letreros, vallas y escombros

                        hasta nuevo aviso.

                       

                        regreso por la acera más ajetreada con las ganas

                        de ver dentro de los negocios la gente que interactúa

                        al ritmo de las bolas de billar

                       

                        no sin antes parar en el colmado,

                        poner una canción familiar en la vellonera

 

                        amagar con dilatar el eco

                        de un lugar feliz, ya cerrado 24/7 (Reyes, 2022, 16)

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La Cosecha de los Espíritus

Por Naomi Pineda[1]

En un rincón olvidado del mundo, rodeado de montañas que respiraban como gigantes dormidos, se encontraba el pequeño pueblo de San Roque. Aislado y empapado por la neblina perpetua, sus habitantes vivían de la tierra, sin preocuparse por lo que ocurría más allá de sus fronteras. En el centro del pueblo, imponente y descomunal, una catedral gótica se erguía como un guardián olvidado, sus gárgolas vigilando con ojos vacíos, y las estatuas de los santos erosionadas por siglos de lluvias.

Nadie hablaba del cementerio detrás de la catedral, un lugar extraño donde las lápidas se retorcían como raíces y las tumbas parecían hundirse más profundo en la tierra con cada luna nueva. Pero los ancianos sabían. Y sabían bien.

Cada otoño, cuando las primeras hojas caían y el viento olía a tierra húmeda, los más viejos cerraban sus ventanas, cubrían los espejos y dejaban ofrendas en los umbrales. Decían que las almas de los muertos no descansaban en San Roque; sólo aguardaban el momento para reclamar lo que les pertenecía.

Hernán, un joven campesino, era el único que no prestaba atención a esas supersticiones. Para él, los muertos estaban enterrados y no tenían razón para regresar. Su abuela, la última de su linaje, acababa de morir, y ahora le tocaba a él heredar la tierra. La noche antes del entierro, Hernán fue al cementerio para escoger el lugar donde descansarían los restos de su abuela. Caminaba entre las lápidas cubiertas de Leer más