“Papas embestidas” Una receta inspirada en un poema de Gloria Fuertes

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

En tiempos de guerra se come mal.  Eso nos cuenta Hemingway de unos soldados que estiran con los dedos unos espaguetis y beben vino a ráfagas para calmar el frío de la nieve en el frente mientras discuten sobre la necesidad de alimentar bien a la tropa para mantener la moral. Se come con el arrepentimiento “Me arrepiento de no haberte narrado nunca el esplendor de una aurora, la dulzura de un beso, el aroma de una comida” nos participa Oriana en un fragmento de la carta que escribe al hijo que nunca llegó a nacer en la simultaneidad de la ofensiva. Se come en el silencio del mar, nos relata Vercors, cuando por ordenanza militar se debe compartir el hogar con el enemigo. También se come con miedo, describe la mirada del niño del pijama de rayas quien engulle unos trozos de pollo ofrecidos por la ironía de la amistad que se alza del otro lado de la cerca.

 

“Se lavan bien los pies,

las mondas de patatas,

se añade media cebolla,

se pone a cocer en la olla

y se sirve con una rodaja de limón.

Se cena con miedo a que caiga un obús

y así tres años.”

 

En “Receta de cocina para los días de hambre” la pluma de Gloria Fuertes le ofrece al paladar algunos tubérculos despellejados que ha aderezado con apenas media cebolla y una rodaja de limLeer más

“Agua” un platillo inspirado en El llano en llamas de Juan Rulfo

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

En el Llano en llamas de Juan Rulfo el agua es rareza o exceso, nunca las dos. Pero en cualquier casualidad solo significa una cosa: angustia.

“Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agu¬jero en la tierra y dejando una plasta como la de un sali¬vazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve.”

 

En «Nos han dado la tierra», el agua es el grito de un espanto que aparece para contarnos el fraude gubernativo de la tierra prometida. En ese llano inmenso que está al otro lado del río no hay cosechas, “ni conejos ni pájaros”, la tierra está tan reseca que raspa las esperanzas. Pero es que son “miles y miles de yuntas” … Sin agua, sí, ni una molécula, pero la autoridad cumplió y eso es todo lo que debe importar.

 

Como lógica consecuencia, la sed aparece para acallar la voz de la queja ante la ironía de lo que se recibe. Habla la mirada que se agranda en todo su agujero buscando una gota, pero cuando la lluvia parece llegar, dice Rulfo, el viento la arrincona en el cielo hasta que desaparece. Y si cae, señala, se pierLeer más

“Syvvy” la torta de sopa de tomates

La especialidad de Sylvia Plath

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Es domingo por la mañana. Es el tiempo de la posguerra. Londres. El solecito tibio de abril que se abre en el cielo va cayendo sobre el cerezo plantado en el huerto de la casa familiar. También sobre ella. La poeta de Boston cuenta a su madre: “Estoy tan repleta de amor y alegría que apenas puedo parar ni un minuto de bailar, escribir poemas, cocinar y vivir. Duermo ocho horas escasas por las noches y me levanto alegremente con el sol. Bajo mi ventana veo ahora nuestro huerto con un cerezo rosado en plena floración, lleno de tordos que trinan, justo debajo…”  Por la forma en la que escribe podría decirse que la felicidad la domina. Mejor, podría decirse que quien escribe esa esquela no es siquiera su yo positivo y radiante, sino el oro de la vida misma.

 

Si la obra literaria de Sylvia Plath es considerada oscura porque atraviesa los parajes más profundos del sufrimiento de un alma dominada por esa corriente que ella denomina “desesperadamente negativa”, las cartas para su madre la dibujan como una mujer esperanzada, pese a lo que estaba por venir. Sus misivas son el deleite donde ella repasa fragmentos que van de la infancia a la adultez. Entonces a través de un lenguaje carnoso y palpitante encontramos a una mujer que se adentra en las sensaciones que le producen los paseos, los amigos, la luna de miel, el amor antes de la sombra, la maternidad, las compras, la calma de un baño caliente, su alucinante deseo de escribir: “Quiero escribir al menos diez nuevos poemas buenos para sustituir a los de inferior calidad o más insustanciales. Presentar treinta de ellos a un concurso de Borestone Mountain este mes de julio y luego a la colección de Yale el año próximo.” (Northampton, Massachusetts. 25 de abril de 1950) 

 

La poeta escribe a modo de libertad como un ejercicio terapéLeer más

“Anhelo comestible”

Un platillo inspirado en María de Jorge Isaacs

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Efraín acaba de llegar a la casa paterna después de seis años de estudiar en Bogotá y como es obvio, la familia lo recibe con abrazos y alegrías en el alma de esa hacienda de techos de barro que huele a rosas. También con una cena en el inmenso comedor que se abre al exuberante paisaje del Valle del Cauca colombiano “las crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. Las auras del desierto pasaban por el jardín recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río. Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura de sus noches, como para recibir a un huésped amigo.”

 

La piedad amorosa de la madre sentada a la izquierda del padre, quien está a la cabecera de la mesa, se evoca en sonrisas y prolongados silencios, “era la más feliz de todos” nos dice Isaacs, mientras los hombres hablan de asuntos generales. Durante el momento que dura la cena se percibe la dicha por el reencuentro, la amabilidad, el respeto de la familia. Pero éste no es más que el preludio de lo que será toda la novela: un sutil juego de aromas, sabores y seducción.

 

Frente a Efraín está sentada María, su amor de adolescencLeer más

«Manon a Margarite»

Un dulce inspirado en La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas[1]

 

Por Diana Peña Castañeda[2]

 

Margarite Gautier es como la ópera. Cada sinfonía encarna la alegría y el conflicto, la nostalgia y la esperanza y otras tantas verdades tan íntimas como reales que marcan el ritmo incesante de su condición humana. En efecto, ella es una mujer que sufre por la fugacidad de un amor ilícito según un mundo que de manera irónica se teje en vidas paralelas.

 

Enfermiza, romántica, extraviada (a juicio de la sociedad), ella no puede más que arrojar gritos silenciosos, entonces lo hace con pétalos de flores sentada en lo alto de los palcos. Camelias sobre el ojal, unos días blancas, otros, rojas, símbolo de ingenuidad y pasión, aunque esta singularidad se vele de intrínseca circunstancia femenina repetida cada mes en su cuerpo como si acaso se tratase de un defecto de la naturaleza. Y las uvas escarchadas, más que caramelos, lo que ella deleita durante las acrobacias vocales que la seducen desde escena son la expresión excelsa de su proclama: vida en el placer, acaso, ¿No es eso la uva desde tiempos milenarios?

 

«…Todo en el mundo es locura, todo menos el placer. Gocemos, rápido y fugaz es el gozo del amor; nace y muere esa flor que nunca más se puede oler. Gocemos, una voz fervorosa nos anima lisonjera…» (fragmento ópera La Traviata inspirada en la novela)

 

Su semblanza se hace explícita en la cadencia melodramática qLeer más

Café para un velorio

Preparación recomendada por doña Flor y sus dos maridos, novela de Jorge Amado

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

En homenaje al día de los difuntos

 

Cuando una alumna de la escuela de cocina “Sabor y Arte” le preguntó a su propietaria Florípedes Guimarães, ¿Cuándo y qué servir en un velorio? Ella respondió que la honra al difunto se corresponde con el cuidado de la moral y del apetito de los concurrentes.

 

“No por ser desordenado día de lamentación, tristeza y llanto debe dejarse transcurrir el velorio a la buena de mi Dios. Para que una vigilia tenga animación y realmente honre al difunto, haciendo más llevadera esa primera y confusa noche de su muerte, hay que atender solícitamente a los circunstantes, cuidando de su moral y de su apetito.”

 

Doña Flor sabía muy bien que compartir comida durante el rito fúnebre no es solo cortesía es más que un acto fisiológico, tiene un carácter simbólico porque propicia la fraternidad y la empatía. Es tal vez la traducción más hermosa de reconocer el dolor propio e íntimo en la emoción del otro. Aunque, esta práctica con los años se ha disipado debido a la higienización de la muerte, el café como alimenLeer más

Fragmentos de mango

Una limonada inspirada en El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Como sentimiento El amor en los tiempos del cólera es resistencia. En palabras de García Márquez diríase mejor, una especie de guerra final que busca derrotar el tiempo y los obstáculos hasta lograr un reencuentro placentero con lo platónico. Por eso, la estrategia de Florentino Ariza exigió obstinación mientras su silencio se manifestaba en la escritura de cartas para enamorados. Para este hombre, el amor como principio y final de todas las cosas tiene rostro y nombre de mujer: Fermina Daza. 

 

Pero ésta es también una historia cruzada por la muerte y los pasajes culinarios. Al comienzo muere Jeremiah de Saint-Amour; al final, América Vicuña. Los dos de amor: a la vida y a lo prohibido, aunque el parte médico dijera que fue por: inhalar cianuro e ingerir láudano. Ente muerte y muerte, la cocina se envuelve en sudores de pasión: El sí de Fermina condicionado a no comer nunca la berenjena maldita, el amor contrariado de Florentino que solo es comparable con el olor de las almendras amargas.

 

Por su parte, la muerte del doctor Juvenal Urbino se produce entre los hervores de una sopa para la cena y las frondas de un árbol de mango. Fermina está en la cocina probando la sopa cuando oye gritos provenientes del patio. Hace lo que quizás haría cualquiera en su lugar: tirar la cuchaLeer más

Sospecha de ciruelas

Un roscón inspirado en el relato Pudding de navidad de Agatha Christie

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

Navidad y enigma. Si alguien sabe de tramas extrañas es Agatha Christie, la dama del misterio. En Pudding de navidad, el primero de seis relatos, el detective Hércules Poirot deberá resolver la desaparición de una joya muy famosa de origen oriental mientras revive una época a la antigua tradición londinense: la familia reunida en una casa de campo, la iluminación del árbol, los regalos, el camino cubierto de nieve, la leña palpitante en la chimenea, el muérdago colgando en el vestíbulo, la sonrisa del siempre gentil mayordomo.

 

La cena que comienza a las dos de la tarde es un momento sublime: sopa de ostras, dos enormes pavos, ponche y ese exquisito pudding de ciruelas que es llevado a la mesa en bandeja de plata para delirio de todos. La ciruela, de aroma agradable, de piel madura y jugosa, su néctar escurre en el paladar en ríos de sabor intenso. Su color se parece al de un rubí, ¿Alguien vio uno?

 

El pudding de ciruelas es en Londres lo que en América Latina la torta de frutas envinada. Sin embargo, este relato recuerda en realidad más al roscón de reyes cuyas figuras, en este caso, están especiadas con un toque secreto. Y como la navidad es imaginativa, esta es una propuesta algo diferente, pero muy flamLeer más

Resplandor de epifanías

Pan de especias inspirado en un poema de Gabriela Mistral

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

 

“Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

 

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto…”

 

El pan está hecho de certezas y vacíos como la vida misma. Es asequible, igual que lo materno o lo natural. Sus migas son las memorias que se tejen entre lo familiar y lo íntimo. En la multiplicidad de sus virtudes es universal, sencillo, ameno. En una hogaza hay espacio para una rebanada de tomate hasta cucharLeer más

“Inapetencia golosa”

 Churrasco inspirado en el cuento «La cena» de Clarice Lispector

 

Por Diana Peña Castañeda[1]

En el cuento “La cena”, Clarice Lispector nos invita al banquete ostentoso de un viejo enorme quien comienza degustando un pan con mantequilla mientras sus ojos y puños permanecen cerrados.

 

Pronto, cuando el filete de carne está frente a él, sus gestos son los de un cazador rabioso que se manifiestan en la saliva que salpica, los labios que se restriegan, la lengua que cruje.

 

Engulle agotado cada trozo de carne, pero no hay disfrute. No porque el filete sea insípido, es tal vez un exquisito rodizzio, sazonado con hierbas secas y asado a las brasas. La carne no tiene dientes ni piernas, pero parece estar viva porque aquel debe hacer un movimiento con la cabeza para coger el trozo en el aire.

 

Entre ese acto frenético del viejo hay un camarero demasiado cordial que según los gestos de aquel aparece con bandejas repletas. Susurra palabras amables, recoge el tenedor, agradece, trae vino, lo sirve con cortesía, espera la respuesta, regresa con el postre. En todo momento se le ve dócil pese a la actitudLeer más